La carrera de la energía limpia está en marcha

Gernot Wagner
ago 19, 2022

Si bien hasta el momento existía una clara divergencia transatlántica entre Europa y EEUU en torno a acelerar sus esfuerzos de descarbonización. Ahora, tal vez las cosas hayan cambiado.

Estados Unidos ha entrado en la carrera de la energía limpia a lo grande con la Ley de reducción de la inflación (IRA) de 2022. La ley no sólo subsidiará a los productores y consumidores de energías renovables en Estados Unidos al son de 369.000 millones de dólares en diez años, sino que también autoriza al Departamento de Energía (DOE) a prestar hasta 250.000 millones de dólares a empresas norteamericanas que estén invirtiendo en la transición a energías limpias. Entre la IRA y el reciente paquete de 52.000 millones de dólares para impulsar la producción de semiconductores en Estados Unidos, resulta evidente que la política industrial vuelve a estar en boga en Washington.

Sin duda, estas cifras podrían sonar modestas. Según Bloomberg, las inversiones globales en la transición energética superaron los 750.000 millones de dólares el año pasado. Solamente China gastó 266.000 millones de dólares, comparado con 47.000 millones de dólares en Alemania y 114.000 millones de dólares en Estados Unidos. Y McKinsey & Company ofrece una cifra aún más generosa al colocar el total de inversiones actuales en energía limpia y su infraestructura de respaldo en 2 billones de dólares.

Sin embargo, estas cifras se refieren al total de nuevas inversiones a nivel global y provienen principalmente del sector privado, que todavía está muy lejos de donde necesitamos que esté. Si bien el despliegue global de renovables, vehículos eléctricos y otra infraestructura de bajas emisiones de carbono se está acelerando rápidamente, todavía existe una brecha que se amplía entre lo que se está haciendo y lo que hay que hacer para manejar la crisis climática.

Por ende, los analistas de Bloomberg piensan que las inversiones globales en energía limpia tienen que triplicarse en 2025 y luego volver a duplicarse para finales de la década. McKinsey, por su parte, calcula que harán falta inversiones totales anuales de más de 9 billones de dólares entre hoy y 2050 para alcanzar el cero neto, con alrededor de 2,7 billones de dólares por año que pasen de fuentes de energía sucia a fuentes de energía limpia.

Aquí es donde entran a tallar el financiamiento y los incentivos adicionales del gobierno norteamericano. El punto no es reemplazar o simplemente sumar fondos a la inversión privada. Más bien, los subsidios gubernamentales –cuando se los diseña de manera apropiada- prometen movilizar un múltiplo mucho mayor de los dólares provenientes de la inversión privada. Consideremos los préstamos adicionales del DOE. El programa utilizará apenas 5.000 millones de dólares de fondos de los contribuyentes para administrar hasta 250.000 millones de dólares en préstamos a empresas, que a su vez pondrán cientos de miles de millones de dólares de capital privado adicional para gastar en recortar la contaminación de gases de efecto invernadero.

La IRA también arroja luz sobre cuestiones que, de otra manera, podrían haberse pasado por alto, como el tema del “carbono incorporado”. Ahora mismo, a los consumidores por lo general no se les explica la cantidad de contaminación que se produce en la creación de un producto determinado. La IRA asigna 350 millones de dólares para ayudar a los fabricantes a medir el carbono incorporado y para crear un programa de etiquetación para los materiales utilizados en proyectos de construcción federales.

Asimismo, estas medidas se suman a los más de 4.000 millones de dólares para compras de este tipo de materiales por parte del gobierno federal. Descarbonizar las propias operaciones del gobierno federal de Estados Unidos es esencial, tanto por su propio beneficio como para impulsar la transición más amplia a edificios e infraestructura de transporte de bajas emisiones de carbono en toda la economía.

Existen compromisos importantes a tener en cuenta, dada la interacción más amplia entre la “inflación verde” y el problema mucho mayor de la “inflación fósil”. Nadie discute que los precios más elevados de los combustibles fósiles han creado presiones inflacionarias significativas en Estados Unidos y otras partes en el pasado año. Sólo la energía responde por alrededor del 33% de la inflación de Estados Unidos, y es razonable suponer que algunos aumentos de los precios de los alimentos y otras materias primas también se deben a insumos energéticos y costos de transporte más altos.

Invertir en eficiencia energética y energía limpia por lo tanto sería ampliamente deflacionario, al menos en el mediano a largo plazo. Es verdad, más inversiones en la transición verde bien pueden derivar en una presión alcista temporaria sobre los precios de la energía limpia y la descarbonozación. Pero es por eso que la IRA pone tanto énfasis en invertir en capacidades de producción y cadenas de suministro.

Si bien ninguna legislación es perfecta, vale la pena celebrar la IRA. Hasta este pasado mes, había una clara divergencia transatlántica –reflejada hasta en los precios de las acciones- en tanto Europa se movilizaba para acelerar sus esfuerzos de descarbonización a diferencia de Estados Unidos. Ahora, tal vez las cosas hayan cambiado. Las acciones de empresas de tecnología climática en Estados Unidos han subido en tanto el proyecto de ley se abría paso hacia el escritorio del presidente norteamericano, Joe Biden.

Estados norteamericanos como California, Nueva York y hasta Texas siempre han estado más adelantados que el gobierno federal de Estados Unidos en el respaldo de los renovables. Pero ahora que el gobierno federal finalmente ha llegado a la puerta de salida, la transición a una energía limpia se ha convertido en una carrera global hacia la cima. Estados Unidos ha encendido un fuego (neutro en carbono) debajo de otros países y bloques supranacionales como la Unión Europea.

Mientras que la UE ha tenido un liderazgo considerable en cuestiones de políticas climáticas durante muchos años, su estructura política le impide moverse tan rápidamente como muchos querrían. El Pacto verde europeo de la UE fue anunciado en 2019 pero recién se lo adoptó en julio de 2021. En verdad, sus estipulaciones todavía están intentando avanzar en el Parlamento Europeo y los gobiernos nacionales.

Aun así, el objetivo de Europa es significativamente más ambicioso que el de Estados Unidos. La UE pretende implementar la neutralidad de carbono para mediados de siglo y una reducción del 55% de las emisiones con respecto a los niveles de 1990 para fines de esta década. Por el contrario, la administración Biden se ha comprometido a recortar las emisiones en un 50% con respecto a los niveles máximos de 2005 y ahora se espera que la IRA reduzca las emisiones en al menos el 40% para 2030.

Un desempeño fuerte en la carrera de la energía limpia será bueno para los negocios, la economía y la seguridad nacional. Y esto no es simplemente un asunto transatlántico. China probablemente tenga un liderazgo sólido en la carrera para fabricar gran parte del hardware de la transición energética. Hoy en día produce más de dos tercios de todos los paneles solares y las baterías de ion de litio, y alrededor de la mitad de todas las turbinas eólicas que se venden a nivel global. Pero al redoblar la apuesta en materia de política industrial, Estados Unidos tal vez termine quitándole parte de esta participación de mercado.

Todavía está por verse quién, en definitiva, terminará siendo el ganador relativo en esta puja de posiciones. Pero ya es claro quiénes serán los ganadores absolutos. Los consumidores tendrán más suministros de energía estable, las generaciones más jóvenes crecerán con un clima más estable y todos nosotros nos beneficiaremos de respirar un aire más limpio.

 

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