El peligro de imitar a la Fed

Otmar Issing
oct 14, 2020

No es aconsejable usar la nueva estrategia que anunció a fines de agosto como referencia mundial para la definición de políticas monetarias.

FRANKFURT -Que la Reserva Federal de los Estados Unidos es el banco central más importante del mundo es una obviedad. Las decisiones de política monetaria de la Fed afectan los tipos de interés de mercado en todo el mundo, y ningún banco central puede ignorarlas sin correr riesgo de movimientos cambiarios no deseados.

Además, el liderazgo de la Fed (para bien o para mal) trasciende la política monetaria inmediata. Es verdad que no ha estado a la vanguardia del mundo en el diseño de estrategias de política monetaria (basta recordar cuánto demoró en adoptar oficialmente el uso de metas de inflación) o en mejorar la transparencia de sus decisiones y comunicaciones. Pero aun así, la Fed tiene un papel protagónico en el debate internacional sobre los aspectos estratégicos de la banca central.

Se comprende entonces el interés con que los bancos centrales esperaban el resultado de la última revisión de estrategia de política monetaria, herramientas y comunicaciones de la Fed. Sin embargo, no es aconsejable usar la nueva estrategia que anunció a fines de agosto como referencia mundial para la definición de políticas monetarias.

Hay razones tanto técnicas cuanto políticas para que los otros bancos centrales lo piensen muy bien antes de seguir el ejemplo de la Fed. El primer tipo de razones se relaciona con la decisión de la Fed de adoptar un nuevo sistema de metas de inflación, consistente en buscar «un promedio del 2% de inflación a lo largo del tiempo». No parece que un régimen de esa naturaleza pueda ser un marco creíble para estabilizar las expectativas de inflación, ya que la Fed no ha dado precisiones respecto del intervalo previo que tomará como referencia para medir el déficit de inflación respecto de la meta del 2% ni sobre el procedimiento que usará para decidir la duración y distribución de una tasa de inflación superior en el futuro.

En segundo lugar, el presidente de la Fed, Jerome Powell, ha señalado que no se fijará una meta numérica en relación con el nivel máximo de empleo (uno de los objetivos de la Fed por mandato del Congreso) porque es algo que no se puede medir y cambia con el tiempo. Pero entonces tampoco se le puede asignar un valor numérico a la diferencia entre el empleo real y aquel nivel. Y esa diferencia será un factor clave de las futuras decisiones de política monetaria.

En este contexto, la reducción de la tasa de referencia principal («tasa de los fondos federales») se relaciona con la caída del tipo de interés real «natural», un indicador que no es observable y que se asocia con un alto grado de incertidumbre empírica. Además, todavía no se sabe en qué medida dicha caída no ha sido resultado de la política monetaria expansiva; si lo fuera, los argumentos para bajar la tasa de referencia terminarían siendo circulares.

Pero la intervención de Powell en el debate sobre la desigualdad terminará siendo contraproducente. Cuando la Fed empiece a endurecer la política monetaria, habrá intensas presiones políticas para que no perjudique a los sectores más pobres de la sociedad.

Por último, la nueva estrategia de la Fed no dice nada respecto de la dificultad implícita en crear un modelo de metas de inflación que incorpore los riesgos del sistema financiero, con toda su variabilidad, no linealidad y complejidad. Hoy no existe un modelo de esa naturaleza. Si bien no soy fanático de la metodología de «dos pilares» del Banco Central Europeo para analizar los riesgos de inestabilidad de precios en general, al menos es un intento de hacer frente al problema. Pero la Fed insiste en un peligroso descuido de las cuestiones dinero y crédito, dos palabras que (en forma extraña pero previsible) están ausentes de su declaración de estrategia actualizada.

Al menos, espero que los otros bancos centrales no sigan a ciegas la nueva estrategia de la Fed. Pero mi mayor preocupación es el énfasis de la Fed en la distribución del ingreso. No hay duda de que la desigualdad económica (junto con los riesgos ambientales) es un tema clave en la política mundial, y que las decisiones de política monetaria tienen efectos distributivos inherentes. Pero reconocer ese hecho (y llevar adelante una política monetaria que se abstenga de tomar medidas con influencia directa sobre la distribución) no es lo mismo que convertir la justicia distributiva en un objetivo de la política monetaria.

De modo que la nueva estrategia de la Fed genera varias dudas. ¿Puede la política monetaria alcanzar metas distributivas? ¿Pueden esas metas chocar con el mandato de estabilidad de precios, y en ese caso, cómo se resuelve un conflicto entre un objetivo autoimpuesto y un mandato legal? ¿Tiene un banco central derecho a arrogarse responsabilidad por la política distributiva en una democracia?

Los bancos centrales no son omnipotentes, y no deben comunicar y actuar como si lo fueran. Las decisiones distributivas deben seguir en manos de los gobiernos y de las legislaturas, que tienen responsabilidad directa ante los votantes. Si los bancos centrales siguen asumiendo responsabilidades políticas, debilitarán y terminarán destruyendo su independencia. La eficacia de los bancos centrales en un contexto de plena exposición a la política es incierta.

Al asumir responsabilidad por resolver la desigualdad económica, la Fed ha expuesto a otros bancos centrales a intensas presiones políticas y éticas para que sigan su ejemplo. Lo mejor será que las resistan.


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