Sin garantías en materia de seguridad, que le permitan a las empresas no depender de cadenas de valor que podrían ser destruidas por Rusia, Ucrania no podrá experimentar el tipo de transformación económica visto en otras naciones en Europa del Este.
El conflicto en Ucrania se prolonga de manera sangrienta, pero no es demasiado pronto para empezar a planear la recuperación de posguerra del país. Esto es importante no sólo porque la planificación lleva tiempo, sino también porque permite advertir qué tipo de paz hará falta para poner a Ucrania en un sendero hacia la prosperidad.
Algunos creen que Rusia nunca aceptará una solución en la que Ucrania no sea otra cosa que una zona de separación. Pero ese desenlace conllevaría gigantescos costos económicos que condenarían a Ucrania a un futuro de miseria. Después de todo, zona de separación es precisamente lo que era Ucrania luego del colapso de la Unión Soviética en 1991, y los resultados fueron tan desastrosos que provocaron tanto la Revolución Naranja en 2004 como la Revolución de la Dignidad diez años después.
Las estadísticas son bastante asombrosas. Según el Banco Mundial, el ingreso per cápita de Ucrania decayó en dos tercios entre 1990 y 1998, el tercer mayor colapso (después de los de Tayikistán y Moldavia) entre los estados ex-comunistas de Europa del Este y Asia Central. Asimismo, Ucrania experimentó la recuperación más lenta de todos los estados que anteriormente conformaban el bloque soviético.
En 1990, el ingreso per cápita de Ucrania era 28% superior al de Polonia y 42% más alto que el de Rumania. En 2003, en la víspera de la Revolución Naranja, era 25% más bajo que el de Rumania y 54% más bajo que el de Polonia. En 2013, antes de la Revolución de la Dignidad y de la anexión de Crimea por parte de Rusia, estaba 46% por debajo del de Rumania y 56% por debajo del de Polonia. En 2019, el último año completo antes del estallido de la pandemia del COVID-19, la brecha de ingresos per cápita de Ucrania en relación a Polonia y a Rumania se había ampliado al 58%.
El pésimo desempeño de Ucrania fue el resultado de dos factores: su integración insuficiente con Occidente y el conflicto post-2014 con Rusia, que fue causado en parte por el deseo de Ucrania de acercarse a Occidente.
Los profundos lazos económicos de Ucrania con Rusia se remontan a los tiempos soviéticos. Las exportaciones más sofisticadas del país –entre ellas, transformadores eléctricos, bombas de vacío, trenes y vehículos– estaban asociadas a las cadenas de valor rusas, mientras que sus exportaciones a Occidente se concentraban en productos menos complejos como materias primas agrícolas, ropa y cables eléctricos. Cuando Rusia se recuperó después de 2004, gracias a sus exportaciones de petróleo y gas, sus industrias manufactureras se rezagaron, lo que ayuda a explicar el mal desempeño de Ucrania.
Después de la invasión de Crimea por parte de Rusia en 2014 y la posterior guerra en la región de Donbás en Ucrania oriental, las exportaciones ucranianas a Rusia se desmoronaron. Ucrania no logró vender estos productos industriales avanzados en otras partes, porque estos productos necesitan fabricarse a medida para el cliente, lo que exige contratos de largo plazo, transferencia de tecnología y cadenas de valor estables que dependen de un marco de integración profundo y duradero, como el que ofrece la Unión Europea.
Como resultado de ello, mientras que las importaciones por parte de la UE del mismo tipo de productos que Ucrania le vendía a Rusia se dispararon en este período, Ucrania no logró participar en este crecimiento. De hecho, las importaciones alemanas provenientes de Ucrania en 2019 fueron marginalmente superiores a las de 2011, mientras que las importaciones provenientes de Rumania, Polonia y otras partes en la UE aumentaron sustancialmente.
Esto no se debió a que Ucrania tuviera menos capacidad y experiencia industrial que Polonia y Rumania. Todo lo contrario: tenía una tradición mucho más profunda de fabricación avanzada que cualquiera de estos países. El trabajo de Frank Neffke del Complexity Science Hub en Viena, y de Matte Hartog y Yang Li del Harvard Growth Lab, demuestra que el centro de gravedad de la economía ucraniana se desplazó hacia el este entre 1990 y 2003 y desde entonces se ha venido desplazando hacia el oeste.
Pero el giro económico hacia el oeste de Ucrania fue muy lento debido a los bajos niveles de inversión extranjera directa, especialmente de la UE. Mientras que el empleo en empresas extranjeras en 2019 representaba el 6,9% y el 9,3% del empleo total en Polonia y Rumania, respectivamente, apenas representaba el 1,9% del total en Ucrania.
Este mal desempeño en materia de IED reflejaba la ausencia de dos cosas: un paraguas de seguridad para proteger las inversiones en Ucrania de la agresión rusa post-2014 y acuerdos de integración profundos con la UE, que son críticos para el comercio basado en cadenas de valor.
El segundo de estos prerrequisitos parece factible a la luz de la reciente decisión de la UE de otorgarle a Ucrania estatus de candidato, luego de una visita a Kiev el 16 de junio del presidente francés, Emmanuel Macron, del canciller alemán, Olaf Scholz, y del primer ministro italiano, Mario Draghi. Pero, sin garantías de seguridad, es difícil imaginar que Ucrania pueda experimentar el tipo de transformación económica que hemos visto en otras partes en Europa del Este. Las empresas no querrán depender de cadenas de valor que tienen un alto riesgo de ser destruidas por Rusia.
Expertos en política exterior supuestamente “realistas” como John Mearsheimer responsabilizan a la ampliación hacia el este de la OTAN por la guerra de Ucrania. En realidad, lo cierto es todo lo contrario: Ucrania fue atacada porque no era parte de una alianza militar defensiva. Se requieren garantías de seguridad para generar la participación en cadenas de valor que puedan hacer que Ucrania sea más próspera, que la UE sea más eficiente y que el mundo esté mejor alimentado.