"La política de competencia no es la única protección contra el poder sobredimensionado de las empresas dominantes en el mercado".
PARÍS– No todos los presidentes norteamericanos en funciones invitan a comparaciones con un Roosevelt, mucho menos con dos miembros de esa familia histórica. Desde que asumió el cargo hace más de un año, Joe Biden frecuentemente ha sido comparado con el presidente Franklin Delano Roosevelt, que introdujo el Nuevo Trato en los años 1930, por la audacia y alcance de su agenda económica. Pero Biden puede tener más en común con el primer presidente Roosevelt de Estados Unidos –Teodoro, o “Teddy”-, cuya agenda económica es recordada por haber implementado el por entonces novedoso derecho de la competencia en la primera década del siglo XX.
El momento Teddy Roosevelt más reciente de Biden se produjo al inicio de este año, cuando su administración anunció que gastaría 1.000 millones de dólares en fondos de recuperación económica post-pandemia para impulsar la competencia en el sector cárnico de Estados Unidos –una industria en la que, según la Casa Blanca, cuatro empresas controlan el 85% de todo el procesamiento de carne y el 70% del mercado porcino-. La medida de la administración contra los gigantes de la industria se produce en un contexto de precios de los alimentos en alza y de un rápido aumento de la inflación general de Estados Unidos, y está destinada a introducir nuevos jugadores en la cadena de procesamiento de carne con la esperanza de que una competencia más dura ayude a controlar los aumentos de precios.
Más allá de cuál sea el resultado, fue una medida audaz que debería entenderse no tanto como una intervención arrogante contra los mecanismos del mercado capitalista sino como un intento por sustentar esos mecanismos. Estas intervenciones para corregir las fallas del mercado se han vuelto más audaces y más frecuentes durante la pandemia del COVID-19. Los gobiernos en todas partes están adoptando una actitud de “todo lo que haga falta” y han gastado casi 17 billones de dólares hasta el momento para superar la crisis.
La factura de esta generosidad inevitable ineludiblemente llegará en algún momento y exigirá políticas precisas para mitigar los efectos adversos. Pero si un papel mayor para el estado es el precio a pagar por salvar la economía, habrá valido la pena si los gobiernos usan este momento para restablecer la energía competitiva que se ha drenado de la economía en las últimas décadas.
Durante la pandemia, como en la presidencia de Teddy Roosevelt, una defensa robusta de la competencia de mercado ha exigido una acción gubernamental decisiva. En los tiempos de Roosevelt, esto allanó el camino para el surgimiento de una clase media importante en Estados Unidos. En el transcurso del año pasado, cuando la pandemia expuso ineficiencias en toda la economía, una apreciación renovada de los vínculos entre competencia, generación y distribución de riqueza y desempeño económico ha ganado tracción rápidamente entre los responsables de políticas en Estados Unidos y a nivel global.
En particular, Biden nombró a los expertos en derecho de la competencia (y críticos de las Grandes Tecnológicas) Lina Khan y Tim Wu para presidir la Comisión Federal de Comercio y desempeñarse en el Consejo Económico Nacional del presidente, respectivamente. Y en el pasado mes de julio, el presidente emitió una orden ejecutiva para promover la competencia, encomendando 72 iniciativas, que involucran a una docena de agencias federales, para abordar un conjunto de desafíos.
Algunos dicen que los problemas de competencia se han manifestado en parte a través de una inflación más alta, que se ha atribuido parcialmente a que las empresas sacaron ventaja de su predominio en mercados altamente concentrados. Pero, como ha demostrado la pandemia, una competencia insuficiente también ha aumentado la fragilidad de las cadenas de suministro –un problema que la iniciativa reciente de la industria de la carne está destinada a abordar.
Sin una política de competencia asertiva con su consiguiente ejecución, estas fallas de mercado –en Estados Unidos y otras partes- persistirán y potencialmente empeorarán en tanto se afiance la recuperación post-pandemia y cobre ritmo la transición económica verde tan esperada. Y, a pesar de combatir la suposición arraigada de que la competencia se produce de manera espontánea, las autoridades antimonopolio en Estados Unidos y en todo el mundo han sido tenaces en su búsqueda de una conducta anticompetitiva. Pero la política de competencia puede y debe jugar un papel más decisivo en la manera en que se administran las economías y se gestionan los mercados.
La intervención de la administración Biden en la industria de la carne apunta a una posible solución. Lejos de actuar por sí sola, la Comisión Federal de Comercio –que, junto con el Departamento de Justicia, tradicionalmente supervisa la política de competencia en Estados Unidos- está trabajando estrechamente con el Departamento de Agricultura de Estados Unidos para fomentar la competencia y la entrada de nuevos jugadores en el sector.
En términos más generales, las autoridades de la competencia, por su entendimiento profundo de la dinámica de mercado, deben ocupar un lugar en la mesa donde se deciden las políticas. Y se les deben otorgar oportunidades genuinas –por lo menos tantas como suelen recibir los lobistas de la industria- de compartir su experiencia.
La política de competencia no es la única protección contra el poder sobredimensionado de las empresas dominantes en el mercado; la política comercial también desempeña un papel vital. Pero promover activamente y preservar una competencia robusta es esencial para garantizar que los mercados cumplan su promesa de precios más bajos, mayores opciones, productos y servicios cada vez más innovadores y, en definitiva, mayor prosperidad.
La alternativa son menos opciones y una mayor ineficiencia. En tanto los pesos pesados de turno, con su foco en los retornos de los accionistas a corto plazo, expulsan a los rivales más pequeños, sofocarán la innovación –potencialmente alimentado una inflación más alta.
Los medios frecuentemente se refieren a las autoridades de la competencia, al igual que otros reguladores, como “perros guardianes”. Si los gobiernos han de garantizar que el capitalismo funcione correctamente –como deben hacerlo, dado que las economías de mercado no son ni autosuficientes ni autorreguladas-, esas autoridades también deben volverse “perros guía”, y asegurar que la formulación de políticas siga estando orientada hacia una competencia pragmática y una mayor prosperidad.
Después de todo, como sabía Teddy Roosevelt, y como también reconoce Biden, el capitalismo sin competencia no es capitalismo.
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