Según el economista Kenneth Rogoff de la Universidad de Harvard, “un crescendo cada vez mayor de comentarios adjudica la culpa por el actual aumento de la inflación en Estados Unidos directamente a la Reserva Federal”. Su referencia es a un líder en The Economist, que culpa al banco central de Estados Unidos, no de la inflación en sí misma, sino de su reticencia a aumentar las tasas de interés antes y de manera más agresiva de lo que finalmente lo hizo, el 4 de mayo.
Rogoff no está de acuerdo con este criterio y yo coincido con su argumentación, hasta un punto. Existe una distinción entre aumentos de precios impulsados por alteraciones en la oferta, shocks petroleros y una guerra, por un lado, y los fuertes costos adicionales que muchas veces son el resultado de campañas sostenidas de altas tasas de interés: quiebras, desempleo y caos financiero. Oponerse a infligir el segundo conjunto de costos sobre el primero es la marca de un funcionario público razonable y no sádico. The Economist desaprueba, pero Rogoff y yo no.
Más allá de esto, sin embargo, la lógica de Rogoff es difícil de seguir. Parece sugerir que la Fed se vio intimidada por el movimiento progresista oh-tan-poderoso de Estados Unidos, que era esclavo de una profesora de la Universidad Stony Brook (y académica de toda la vida) de nombre Stephanie Kelton.
Esa idea es totalmente inverosímil. Con una pluma afilada y un ingenio agudo, Kelton es una hábil oradora y polemista. Sus ideas, desarrolladas bajo la rúbrica de la Teoría Monetaria Moderna, están extraídas en parte de titanes como John Maynard Keynes, Abba Lerner y Hyman Minsky. Pero, más que eso, surgen de observaciones minuciosas y precisas de la práctica real del banco central. Son en parte prescriptivas, sin duda; pero su fuerza prescriptiva está arraigada en un realismo que hace que la TMM les resulte accesible a los responsables de las políticas y así sea verdaderamente peligrosa para la mística monetaria de Harvard, Chicago, Princeton y el MIT.
Aun así, existe escasa evidencia para el argumento de Rogoff de que la TMM “tenía muchos defensores influyentes en la política y en los medios”. No se menciona ninguno. Si bien un perfil de Kelton del New York Times publicado en febrero fue por cierto significativo (y causó histeria en Cambridge), no establece que la TMM haya dominado a la Fed a comienzos de 2021.
Asimismo, Rogoff admite –correctamente- que “economistas de centro respetados” como Olivier Blanchard del Instituto Peterson de Economía Internacional también habían argumentado en contra de un ajuste del crédito prematuro.
También hace una referencia en voz pasiva al “dinero helicóptero”, dando la impresión de que esta idea está exclusivamente asociada con la TMM. Sin embargo, quienes tenemos recuerdos que se remontan a mucho tiempo atrás asociaríamos antes el concepto con Milton Friedman y Ben Bernanke, un republicano moderado que fue nombrado al frente de la Fed por el presidente George W. Bush, y que repartió dinero helicóptero a ultranza en respuesta a la crisis financiera de 2008. Rogoff hasta menciona su propio argumento a favor de una política monetaria pro-inflación y más expansionista en 2019.
Así, según el propio relato de Rogoff, la oposición a una histeria antiinflacionaria temprana no era una visión marginal. Más bien, era uno de esos puntos raros sobre los cuales la izquierda y muchos miembros eminentes de la corriente tradicional más o menos coincidían.
En cuanto a los propios economistas de la Fed, Rogoff admite la posibilidad de que cuando “el crecimiento de los precios se aceleró a fines de 2021, en verdad pensaban que las presiones inflacionarias eran temporarias”. Sí, eso es posible. Después de todo, la primera ronda de alzas del precio del petróleo post-pandemia había terminado en junio, junto con el gran salto en los precios de los autos usados, motivado por una escasez de semiconductores que frenó la producción de autos nuevos.
Dadas las circunstancias, los técnicos sensatos del banco central bien podrían haber esperado que regresara una estabilidad de precios (a los nuevos niveles). Quizá no previeron la presión política que iba a ejercerse sobre sus jefes, en parte alimentada por las bocazas de la Ivy-League, mientras los medios mantenían las noticias viejas en los titulares, mes tras mes. A diferencia de los informes sobre el desempleo o el PIB, los números de la inflación se publican durante doce meses consecutivos, lo que hizo que los saltos de precios de comienzos de 2021 siguieran generando noticias. Al haber publicado titulares sobre una “inflación récord” durante casi un año entero desde que ocurrieron, recién ahora están a punto de desaparecer de las cifras.
Un técnico sensato tampoco podría haber pronosticado razonablemente el alza del precio del petróleo a 130 dólares por barril que ocurrió a comienzos de marzo. Eso también alimentará titulares sensacionalistas por un tiempo, aunque el propio aumento del precio ya prácticamente se ha revertido.
En cualquier caso, la Fed ahora ha tomado medidas, aumentado las tasas de interés medio punto porcentual. Es el mayor aumento incremental en 22 años, aunque no representa, en sí mismo, un terremoto económico. El momento posiblemente sea brillante. Con un crecimiento del PIB real negativo en el primer trimestre de 2022, el estímulo fiscal obviamente está terminado por ahora, y no hay ninguna perspectiva de que se vaya a volver a implementar. Ahora que las alzas de los precios de 2021 finalmente han pasado la ventana de 12 meses, y que el petróleo cedió mínimamente, existe la posibilidad de que, después de todo, se demuestre que esos técnicos en el Equipo Transitorio (si existían) tenían razón.
Si es así, no recibirán ningún crédito. Por el contrario, los elogios serán para el presidente Jerome Powell por agitar su varita mágica. Los halcones de la inflación y los usureros aplaudirán la maniobra del Mago de Oz, y dirán que todo el tiempo tuvieron razón. La única queja se producirá entre todos los agricultores, los pequeños empresarios, los endeudados y los desempleados.