"Sin duda se puede responsabilizar tanto a la Fed como al BCE de no haber percibido el alza de precios actual con suficiente tiempo".
PARÍS– Los precios al consumidor en la eurozona aumentaron un 5% interanual en diciembre, mientras que la cantidad de búsquedas en Google de “inflación” han aumentado recientemente tres veces en Alemania y diez veces en Francia. De manera que, a primera vista, es difícil evitar imaginar que a Europa –como a Estados Unidos, donde el alza de precios anual ha alcanzado el 7%- le resultará difícil domar al dragón de la inflación.
Tras desestimar los temores sobre el alza de los precios durante demasiado tiempo con el argumento de que el riesgo principal era la deflación, el Banco Central Europeo, al igual que la Reserva Federal, hoy está a la defensiva. Los críticos acusan al BCE de estar peligrosamente detrás de la curva de inflación, y de haber ignorado su mandato fundamental: garantizar la estabilidad de precios. Algunos sostienen que, después de años de alivio cuantitativo intrépido, ha llegado el día del ajuste de cuentas.
Sin duda se puede responsabilizar tanto a la Fed como al BCE de no haber percibido el alza de precios actual con suficiente tiempo. Pero ése no es motivo para poner a Estados Unidos y a la eurozona en la misma bolsa. Contrariamente a la creencia generalizada de que la inflación volvió para quedarse a ambos lados del Atlántico, la perspectiva para Estados Unidos es esencialmente peor, por tres razones.
Primero, en la presidencia de Donald Trump y en la de su sucesor, Joe Biden, Estados Unidos hizo frente a las consecuencias de la crisis del COVID-19 con un gigantesco estímulo fiscal. Desde marzo de 2020 hasta septiembre de 2021, el dinero transferido a hogares y empresas en Estados Unidos a través de recortes impositivos excepcionales, refuerzos de los beneficios de desempleo, condonaciones de deuda y otros planes representaron la cifra sideral de 2,5 billones de dólares, o más del 11% del PIB previo a la crisis.
Es verdad, parte de este dinero sustituyó la falta de amortiguadores fuertes e integrados como los que han sido comunes en Europa desde hace mucho tiempo. Los beneficios adicionales de desempleo, por ejemplo, se tornaron necesarios debido a la generosidad limitada y a la corta duración de los pagos estándar. Pero la respuesta fiscal de Estados Unidos fue una suerte de sobresaturación –y, como señalaron Larry Summers y Olivier Blanchard hace un año, demasiado apoyo fiscal iba a generar un gigantesco desequilibrio-. Dado el nivel históricamente bajo de desempleo antes de la crisis del COVID-19, no había esperanza de que una producción potencial pudiera igualar la demanda adicional generada por la política.
Europa, por su parte, fue paradójicamente más generosa y más ahorrativa al mismo tiempo. Cuando el presidente francés, Emmanuel Macron, anunció en marzo de 2020 el lanzamiento de un programa gigantesco de cesantías por el cual el gobierno absorbería la cuenta de los empleados ociosos por culpa de la pandemia, dijo de manera clara y rotunda que el estado cumpliría con su responsabilidad de proteger, “a cualquier costo”. No todos en Europa dijeron lo mismo, pero prácticamente todos los gobiernos adoptaron la misma postura. Por un tiempo, dejó de haber restricciones presupuestarias, y el BCE estuvo allí para ayudar a los gobiernos a hacer su trabajo.
Los ciudadanos estaban entendiblemente sorprendidos. Pero el programa de cesantías francés, a pesar de que en un momento cubrió al 40% de la fuerza laboral, finalmente costó apenas el 1,4% del PIB. Cuando la salud pública mejoró y la gente regresó al trabajo, las cesantías rápidamente menguaron. En conjunto, el costo fiscal total de apoyar a los hogares y a las empresas se mantuvo en alrededor del 3-4% del PIB. Europa, a diferencia de Estados Unidos, no entregó dinero indiscriminadamente por problemas económicos inducidos por la pandemia. El ingreso de los hogares se mantuvo, no aumentó. Como resultado de ello, no hubo un enorme exceso de demanda.
El segundo factor es que los trabajadores cesanteados en Europa conservaron sus contratos laborales y la seguridad de empleo asociada. Es verdad, los trabajadores temporarios y aquellos con contratos de duración determinada pagaron un precio alto como resultado de la crisis del COVID-19, y los nuevos ingresos a la fuerza laboral también se las vieron difíciles. Pero, en general, los estados europeos actuaron como aseguradores y protegieron a los trabajadores y a los empleadores de una crisis devastadora.
De manera que no debería sorprender que la fuerza laboral pre-pandemia de Europa se mantuviera en gran medida intacta una vez que pasó lo peor. Los responsables de las políticas en Estados Unidos, en cambio, todavía se preguntan qué hizo que 2,7 millones de trabajadores desaparecieran durante la crisis, y cómo evitar múltiples cuellos de botella en una economía donde un exceso de demanda convive con limitaciones en la oferta.
Tanto en Europa como en Estados Unidos, muchos están considerando cambiar de trabajo, de empleador o de sector, y muchas empresas tienen problemas para contratar personal. Pero esto no es lo mismo que un retiro de la fuerza laboral. En retrospectiva, el modelo social europeo ha demostrado ser más efectivo que su contraparte norteamericana al garantizar la continua participación de los trabajadores.
La razón final por la que las amenazas de inflación son más preocupantes en Estados Unidos es que la Fed se había comprometido explícitamente a no gastar su pólvora en salvas. En agosto de 2020, el presidente de la Fed, Jerome Powell, reveló una nueva estrategia por la cual los responsables de las políticas apuntarían a alcanzar una inflación prolongada por encima de la meta después de un período de inflación por debajo de la meta, y también buscarían promover el “máximo empleo”. El quid pro quo para una reformulación tan audaz debería haber sido una política fiscal responsable. Pero ahora que el Congreso y el presidente han hecho la elección opuesta, la Fed se encuentra obligada a cambiar de curso precipitadamente.
Sin duda, el BCE también enfrenta restricciones. Todos se preguntan si Italia, con una deuda pública que ha saltado al 155% del PIB, podrá colocar bonos entre los inversores una vez que el BCE empiece a desarticular su programa de compra de bonos. Pero por lo menos el BCE no ha sumado una limitación propia.
Hace diez años, la respuesta de Europa a la crisis financiera fue un desastre. Pero ahora, con un modelo social más efectivo y un apoyo fiscal mejor direccionado, Europa ha manejado esta crisis mejor que Estados Unidos. Y si bien es cierto que tiene que resolver sus propios problemas, ni los desafíos ni las soluciones en materia de políticas son idénticos a los que se están discutiendo en Washington. Como les dijo recientemente Laurence Boone, economista jefe de la OCDE, a ministros de Finanzas de la eurozona, no hay ninguna razón para ajustar la política fiscal en la eurozona, y en este momento no hay motivos para atacar una inflación creciente, pero todavía esencialmente impulsada por el precio de la energía, aumentando agresivamente las tasas de interés.
Si bien la inflación en muchas economías occidentales está en su nivel más alto en décadas, la historia no es la misma en todas partes. En tanto los nervios generados por la inflación en Estados Unidos cada vez más impregnan los mercados, los responsables de las políticas en Europa tendrán que mantenerse serenos y seguir concentrándose en las tareas entre manos.
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