"Estados Unidos y otros países ricos enfrentan varios riesgos al intentar rehabilitar y rediseñar sus economías".
NUEVA YORK– En el pasado año, los gobiernos y los bancos centrales de los países ricos han ofrecido estímulos fiscales y monetarios sin precedentes para ayudar a mitigar el impacto económico de la pandemia del COVID-19. Volver a una normalidad económica –sea cual fuere la forma modificada que adopte en 2021 y 2022- exigirá que las economías avanzadas empiecen a desacostumbrarse del respaldo oficial sin demasiada demora, y así evitar nuevas y peligrosas complicaciones.
En el frente de la política monetaria, los bancos centrales en todo el mundo hicieron lo que era necesario para calmar a los mercados financieros cuando la pandemia azotó en la primavera de 2020. Desde entonces han mantenido una postura sumamente favorable, con tasas de política reales históricamente bajas y en algunos casos negativas. Los responsables de las políticas monetarias volvieron a utilizar y ampliaron las herramientas existentes, y diseñaron otras nuevas en la medida de lo necesario.
Estos esfuerzos cruciales han inflado marcadamente los balances de los principales bancos centrales. En diciembre de 2020, los activos combinados de la Reserva Federal de Estados Unidos, del Banco Central Europeo, del Banco de Japón y del Banco Popular de China estaban en una cifra sorprendente de 28,6 billones de dólares. El BCE representaba 8,5 billones de dólares de ese total y la Fed, 7,3 billones de dólares, mientras que el Banco de Japón y el Banco Popular de China tenían activos totales por 6,8 billones de dólares y 5,9 billones de dólares, respectivamente.
De la misma manera, los gobiernos de las economías avanzadas han implementado políticas fiscales históricamente agresivas, dejando de lado las restricciones del gasto para ofrecer un respaldo amplio y esencialmente indiscriminado a muchos que lo necesitaban y lo merecían. El Grupo de los Treinta estima que el respaldo fiscal directo para empresas, empleados y desempleados durante la crisis del COVID-19 hoy excede los 12 billones de dólares a nivel global. Esa asistencia, respaldada por un amplio consenso político, ha impedido una gran depresión y una penuria generalizada.
Muchas de estas medidas de emergencia eran necesarias e inevitables. Pero en tanto los responsables de las políticas avizoran una posible recuperación en 2021-22, deben ser cuidados respecto de los efectos colaterales de un estímulo monetario y fiscal prolongado. Estados Unidos y otros países ricos enfrentan varios riesgos al intentar rehabilitar y rediseñar sus economías.
Por empezar, la alta valoración actual de las acciones rápidamente podría convertirse en un desagradable dolor de cabeza cuando se diluya el estímulo. Las acciones se han disparado, alimentadas por enormes flujos de liquidez y dinero fácil, y por la avidez de altos rendimientos de los inversores que los hace volcarse por activos de riesgo.
Asimismo, los mercados entienden implícitamente que los bancos centrales hoy en día respaldan la mayoría de las clases de activos, elevando la tolerancia al riesgo. Esto ayuda a explicar la reciente escalada, el repliegue inestable y el subsiguiente rebote del Bitcoin, y el alza generada por las redes sociales que presionó a los fondos de cobertura que habían estado vendiendo en corto al minorista GameStop. Y el frenesí por compañías de adquisición con propósito especial (SPAC por su sigla en inglés), que recaudan capital a través de una oferta pública inicial y luego buscan empresas privadas para comprar, sigue constante.
Pero es poco probable que el actual boom de las acciones y la búsqueda de rendimientos pueda sostenerse si los responsables de las políticas retiran el estímulo monetario y fiscal. La resultante corrección del mercado puede ser dura y dolorosa, y muchos inversores pagarán un precio alto.
Un segundo riesgo tiene que ver con el dolor corporativo. El alcance del respaldo estatal hasta ahora ha mantenido las tasas de cierres y quiebras de empresas por debajo de lo normal en la mayoría de las economías avanzadas. Pero en tanto los gobiernos y los bancos centrales retiren el respaldo, como deben hacerlo, el proceso de destrucción creativa se reanudará entre las pequeñas y medianas empresas, e inclusive entre algunas firmas más grandes.
Muchas empresas en dificultades que actualmente se mantienen a flote gracias a la generosidad de los gobiernos no serán solventes y sostenibles en la economía post-pandemia. Los responsables de las políticas necesitan permitirles quebrar, ser compradas o cerrar. Reconocer esto y permitir que entren a jugar los procesos normales del mercado afectará a muchas empresas y empleados, e inundará a los bancos de préstamos morosos. Pero las economías tendrán que soportar el dolor, porque no hay otra alternativa.
Un tercer peligro es que otras fuentes de infección –para las cuales los banqueros centrales y los supervisores tal vez no estén bien preparados- generen un nuevo contagio económico. Por ejemplo, pueden surgir riesgos a partir del gigantesco y creciente sector bancario paralelo que, según estima la Junta de Estabilidad Financiera, tenía activos financieros en 2018 por 50,9 billones de dólares, equivalente al 13,6% del total global.
Existen infinidad de otras amenazas para la estabilidad económica, desde ciberataques y fallas de inteligencia artificial hasta tensiones en el mercado de bonos e incumplimientos de pago de deuda soberana. En tanto las economías se recuperan de la pandemia, los banqueros centrales y los reguladores no pueden permitirse descartar nuevos riesgos emergentes en los mercados financieros y las tecnologías no supervisados, o relajar su vigilancia en los sectores supervisados.
Por último, existe el peligro de la recaída. Si no inoculamos plenamente a poblaciones fuera de las economías avanzadas centrales contra el coronavirus, corremos el riesgo de permitir que grupos sin vacunar incuben nuevas cepas, lo que se traducirá en nuevas apariciones de COVID-19. Vacunar al mundo para evitar este escenario costaría unos 38.000 millones de dólares –un precio desdeñable a pagar por impulsar una recuperación económica global robusta-. Los países ricos deben poner a disposición los fondos necesarios y dejar de acaparar vacunas.
Frente a estos riesgos, los responsables de las políticas en las economías avanzadas deben ser conscientes de los efectos colaterales de sus medidas monetarias y fiscales agresivas. Su tarea será aún más difícil si los gobiernos del G20 –liderados por Estados Unidos- no comprometen los recursos modestos necesarios para inocular al mundo contra el COVID-19. Simplemente no podemos permitirnos repetidas recaídas, olas de pandemias y paralizaciones económicas.
Columna redactada por: William R. Rhodes y Stuart P. M. Mackintosh.
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