Los talibanes y el dólar

Jim O’Neill
ago 26, 2021

"Después de todo, el dólar superó la caída de Saigón en 1975 y la debacle de Irak después de la invasión estadounidense en 2003".

LONDRES – Este mes se cumple el 50.° aniversario del fin del sistema de Bretton Woods, cuando el presidente estadounidense Richard Nixon suspendió la convertibilidad del dólar en oro y permitió su flotación. También nos acercamos al 20.° aniversario del momento en que los talibanes fueron depuestos en Afganistán por las fuerzas de la coalición dirigida por EE. UU. Ahora, con los talibanes nuevamente en el poder, debemos considerar si su victoria ante la mayor economía y potencia militar tendrá implicaciones para el dólar y su papel en el mundo.

Si volvemos la mirada hacia los 50 años que transcurrieron desde que Nixon cerró la ventanilla de cambio del oro (39 de los cuales estuve profesionalmente vinculado a los mercados financieros), la conclusión más importante es que el sistema de tipos de cambio flotantes y el papel dominante del dólar en él resultaron más robustos de lo esperado inicialmente. Incluso sabiendo lo que ahora conocemos sobre la evolución de la economía mundial, la mayoría de los expertos hubieran dudado de que el sistema pudiera sobrevivir tanto como lo hizo.

Dada su resiliencia, resulta tentador considerar que el fracaso estadounidense en Afganistán es intrascendente para el dólar. Después de todo, el dólar superó la caída de Saigón en 1975 y la debacle de Irak después de la invasión estadounidense en 2003. ¿Por qué habría de ser diferente esta vez? En última instancia, la respuesta depende de las expectativas que tengamos sobre la evolución de la economía mundial y el comportamiento de sus principales actores financieros, a saber, China y la Unión Europea.

Para entender las perspectivas del dólar, pensemos en tres motivos clave gracias a los cuales subsistió el sistema actual. En primer lugar, la mayoría de los países no optaron por que sus monedas flotaran libremente frente al dólar. Aunque en las últimas décadas hubo más países que dejaron que sus monedas flotaran, otros mantuvieron tipos de cambio fijos, diseñaron sus propias relaciones para los tipos de cambio regionales, o lanzaron una moneda común, como en el caso del euro.

En segundo lugar, y vinculado a lo anterior, los pocos países con suficiente peso económico para influir en el sistema monetario mundial —Japón, Alemania (anteriormente, Alemania Occidental) y, más recientemente, China— decidieron conscientemente no hacerlo. Es cierto, el marco alemán desempeñó un papel regional desde 1973 hasta la creación de la Unión Monetaria Europea en 1992 y la introducción del euro en 1999, pero, más allá de eso, Alemania sistemáticamente se ocupó de evitar que su moneda asumiera un papel mundial mayor.

Además, las autoridades alemanas se opusieron una y otra vez a la idea de los bonos paneuropeos (a pesar de la decisión de la UE el año pasado de lanzar un fondo para la recuperación de la COVID-19 basado en obligaciones de deuda mutualizadas). Sin un presupuesto común, el euro siempre estará limitado en su competencia con el dólar o para desempeñar un papel mucho mayor en el sistema financiero mundial.

En cuanto al Japón, nunca mostró estar interesado en un papel mundial para el yen (ni siquiera en las décadas de 1980 y 1990, cuando estaba de moda pensar que la economía japonesa se pondría a la par de la estadounidense).

Finalmente, a pesar de sus objeciones frecuentes al sistema monetario mundial actual, desde hace mucho China se muestra reticente a ampliar la incidencia del yuan en los mercados financieros, tanto en términos locales como internacionales. En lugar de ello, China señaló ocasionalmente que preferiría un orden monetario mundial más centrado en los derechos especiales de giro (DEG), el activo de reserva del Fondo Monetario Internacional, cuyo valor se basa en una canasta de cinco monedas (el dólar estadounidense, el euro, el yuan, el yen y la libra esterlina).

Esta idea tiene su atractivo, especialmente en términos de equidad mundial, pero sería difícil llevarla a la práctica. No solo dependería de que China permita un uso más libre del yuan, un sistema monetario basado en el DEG tendría que ser aceptado también por EE. UU., lo que probablemente no sea viable, al menos por ahora.

Eso nos lleva al tercer motivo por el cual se mantuvo el sistema actual: EE. UU. así lo quiso. Como vimos durante la presidencia de Donald Trump, EE. UU. disfruta los beneficios que le otorga emitir la moneda mundial dominante, principalmente su potencial como herramienta para lograr objetivos diplomáticos y de seguridad. El uso del gobierno de Trump de sanciones secundarias contra países que comerciaban con Irán fue un ejemplo perfecto de ello. Si los líderes estadounidenses actuales o futuros deciden usar el dominio del dólar de manera similar —tal vez contra países que comercien con un Afganistán hostil— eso podría tener un impacto significativo sobre el futuro de la moneda.

Mientras el mundo conmemora el 20.° aniversario de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en EE. UU., el FMI estará trabajando en su revisión quinquenal obligatoria de la composición y valuación de la canasta de los DEG. En la medida en que ese ejercicio aumente la participación asignada al yuan, se lo considerará como una señal de que el sistema monetario mundial está evolucionando lenta, pero ineluctablemente.

Así como la creciente participación de China en la economía mundial implica la necesidad de un reequilibramiento fundamental, la participación del yuan en la canasta de los DEG no puede aumentar sin que ello signifique algo para el futuro del sistema financiero mundial.


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