Frente a desafíos globales demasiado grandes y complejos para que cualquier país los resuelva por sí solo, la clave del éxito es la cooperación internacional, no sólo entre estados, sino también entre los gobiernos y el sector privado.
En una era mediada por la tecnología avanzada, es fácil olvidar que los seres humanos (y la vida misma) dependen enteramente de las frágiles condiciones planetarias. Frente a una lista creciente de amenazas graves y acaso existenciales, lo dicho es una verdad básica con la que deberíamos volver a familiarizarnos. El cambio climático, la escasez de suministros críticos, la pérdida de biodiversidad y pandemias devastadoras exponen como nunca antes las vulnerabilidades de nuestras sociedades.
Ningún país podrá huir de estos desafíos o resolverlos solo. Si en los buenos tiempos la cooperación multilateral ya es difícil, en los malos es esencial. Es en momentos de crisis cuando tenemos que trascender el interés estrecho y reforzar la cooperación, la coordinación de recursos y la mejora en la toma e implementación de decisiones colectivas.
Las reuniones que mantendrá este mes el G20 en Indonesia llegan en uno de esos momentos. La guerra de Rusia en Ucrania, las sequías y otros factores han llevado a que millones de personas en todo el mundo enfrenten una escasez crítica de alimentos y energía, en simultáneo con olas de calor récord en Europa, China, el sur de Asia y otras partes del mundo. Sin una acción global concertada, estas crisis pueden convertirse fácilmente en desastres humanitarios a gran escala.
Los miembros del G20 representan el 85% del PIB global, el 75% del comercio internacional y dos tercios de la población mundial. Actuando juntos, pueden ayudar a enfrentar estos desafíos y servir de modelo a otros países. Quienes den la espalda a la cooperación y al bien común deberán rendir cuentas, así como hay que denunciar y detener a quienes dilapidan tiempo y energía en la violencia y la guerra.
Pero estados y gobiernos no son los únicos actores de este drama global. Para manejar las crisis actuales, también hay que poner en escena al sector privado. Los estados no tienen recursos o experiencia para resolver la escasez de suministros, extender el uso de la energía limpia o desarrollar vacunas y terapias por sí mismos. Su fortaleza reside más bien en la capacidad de atraer y movilizar todo el poder y el ingenio del sector privado, de lo cual depende que la humanidad pueda detener el calentamiento global, asegurar un suministro suficiente de alimentos y agua potable (para la generación actual y las futuras) y sobrevivir a futuras pandemias.
Los foros y organismos internacionales tienen un papel crucial para esa movilización. Las instituciones financieras multilaterales, por ejemplo, pueden actuar como garantes en el otorgamiento de préstamos y así ayudar a financiar inversiones deseables y reducir el riesgo para los inversores privados; esto permite multiplicar varias veces la efectividad de los fondos públicos.
Además, su conocimiento técnico y su experiencia operativa en todo el mundo les permiten proveer un valioso asesoramiento para la planificación, estructuración e implementación de proyectos. Por ejemplo, el Banco Europeo de Inversiones tiene un brazo dedicado al desarrollo, BEI Global, que cuenta con más de sesenta años de experiencia en más de 150 países. Como parte de Team Europe, está colaborando con las instituciones y estados miembros de la Unión Europea en la promoción de la estrategia conjunta Global Gateway.
Global Gateway es una iniciativa de la UE que busca alentar hasta 300 000 millones de euros (305 000 millones de dólares) de inversión en mitigación y adaptación frente al cambio climático, tecnología digital, transporte sostenible, sistemas de salud, educación e investigación en países asociados de todo el mundo. Se lanzó a fines de 2021, y ahora se integró a la Colaboración por la Infraestructura Global y la Inversión, anunciada el mes pasado por el G7 y cuyo objetivo es destinar 600 000 millones de dólares a los fines mencionados.
La crisis de la COVID‑19 puso de manifiesto el peligro que suponen las pandemias, cuya frecuencia aumentará como resultado del cambio climático y de la pérdida de hábitats naturales. Para prepararnos para futuros brotes de enfermedades y evitar que se conviertan en pandemias, se necesita con urgencia cooperación internacional dirigida a fortalecer la inversión en infraestructuras básicas, atención primaria de la salud y capacitación de personal médico.
Con ese objetivo, el BEI está colaborando en el desarrollo de una estrategia de financiación que pueda adaptarse y aplicarse a una variedad de cuestiones en cualquier parte del mundo. Trabajamos con la Organización Mundial de la Salud, con la Comisión Europea y con la Unión Africana para movilizar mil millones de euros en inversiones que fortalezcan los servicios de salud primarios en África subsahariana (incluido ampliar el acceso a vacunas).
El BEI dispondrá al menos 500 millones de euros para ayudar a los países destinatarios a cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible relacionados con el área de la salud. Se espera que esta inversión movilice la provisión de fondos adicionales por parte del sector público, para restaurar, ampliar y sostener el acceso a servicios sanitarios esenciales; aumentar la protección contra riesgos financieros; mejorar la disponibilidad de vacunas, medicamentos, elementos de diagnóstico, dispositivos y otros productos sanitarios; extender modelos innovadores en el área de la provisión de servicios de salud primarios; e invertir en personal sanitario. Estos mecanismos de colaboración son esenciales para crear ecosistemas favorables a la participación del sector privado, sobre todo en lo referido al desarrollo de habilidades e inversiones en capital humano especializado.
Frente a desafíos globales demasiado grandes y complejos para que cualquier país los resuelva por sí solo, la clave del éxito es la cooperación internacional, no sólo entre estados, sino también entre los gobiernos y el sector privado. El propósito de las instituciones financieras multilaterales es facilitar esa cooperación. En tiempos en que fuerzas mundiales centrífugas amenazan con dividirnos, esas instituciones tienen la capacidad y el deber de tender puentes (en sentido literal y figurado) entre las personas.