No se puede evaluar una política simplemente mirando quién recibe dinero. La historia tiene otra cara, que tiene que ver con quién paga –ya sea a través de precios más elevados, tasas de interés más altas, mayores impuestos, pagos de deuda externa futuros o menores beneficios. Muchas veces, un intento atractivo para ayudar a un grupo no parecerá tan atractivo cuando se considera cómo afecta a los demás.
Luego de una reacción inmediata y brutal de los mercados financieros, la primera ministra británica, Liz Truss, afortunadamente ha abandonado la propuesta de su gobierno de reducir la tasa impositiva que pagan los que más ganan en el país. De todos modos, la experiencia luego de su “minipresupuesto” mal aconsejado debería ser una advertencia para los responsables de las políticas en todo el mundo que pretenden implementar medidas destinadas a ayudar a los hogares afectados por los crecientes precios de la energía y la inflación en términos más generales.
Si bien el drama del mercado financiero del Reino Unido fue el que capturó la mayor atención, ni siquiera fue el principal problema de la estrategia de Truss. La cuestión más fundamental estos días es que todas las políticas destinadas a ayudar a un grupo –ya sean recortes impositivos para los ricos, menores impuestos a las ventas (en Florida), recortes impositivos por una suma global (en California), alivio de la deuda por créditos estudiantiles o subsidios energéticos- en definitiva deben producirse a expensas de otros grupos.
Esta lógica económica es simple e implacable. Cuando un país recorta los impuestos o aumenta los beneficios para un grupo, les está permitiendo a los miembros de ese grupo aumentar su consumo. Si la producción total puede aumentar para satisfacer este consumo adicional, todo funcionará bien: la economía producirá más, el grupo favorecido consumirá más y todos los demás saldrán ilesos. El problema hoy es que la producción no aumentará simplemente gracias a algunos grupos que reciban transferencias. En las economías más avanzadas, la tasa de desempleo es más baja de lo que ha sido en décadas, la capacidad está siendo utilizada a pleno y los bancos centrales están haciendo todo lo que pueden para reducir la demanda. Si un grupo es empoderado para gastar más, los otros tendrán que gastar menos.
Esta dinámica refleja cuatro factores. El primero es la inflación. Cuando un gobierno condona préstamos estudiantiles o subsidia la energía, aumenta el poder adquisitivo de los grupos afectados y así contribuye a la inflación. Los beneficiarios directos pueden comprar más, pero todos los demás pueden gastar menos. Y si la generosidad del gobierno hace que la moneda se debilite –como sucedió en el Reino Unido- eso también obligará a la gente a pagar más, en este caso por productos importados.
El segundo factor son las tasas de interés más elevadas. Un gobierno que aumenta el gasto o recorta los impuestos debe endeudarse más, y este endeudamiento hará que crezca la competencia por los escasos ahorros. Como resultado de ello, los ahorristas pueden exigir mayores retornos y los costos de endeudamiento –la tasa de interés- aumentarán debidamente. Asimismo, en tanto los bancos centrales intenten controlar la inflación asociada, pueden aumentar deliberadamente las tasas de interés aún más. En el caso del Reino Unido, el aumento de las tasas de interés sucedió en el instante mismo en que fue anunciado el minipresupuesto (con sus grandes dádivas impositivas y beneficios).
Tasas de interés más altas implican pagos de hipotecas más altos, pagos de préstamos para automóviles más altos y otros costos –que, en conjunto, obligarán a los hogares que no recibieron transferencias a recortar su gasto-. En el Reino Unido, donde la mayoría de los hogares tienen hipotecas a tasa flotante, millones de propietarios pronto estarán pagando más cada mes, inclusive con el minipresupuesto reducido.
El tercer componente es el mayor endeudamiento externo. Cuando la producción de un país está en su capacidad plena, su consumo total puede seguir subiendo a través de las importaciones, pero éstas deben pagarse con endeudamiento externo, que ya es muy alto en Estados Unidos y extremadamente alto en el Reino Unido. Como este endeudamiento externo terminará pagándose, las políticas que lo incrementen en efecto están ayudando a la gente en el presente a expensas de la gente en el futuro.
El ultimo ingrediente es la retracción fiscal. Los recortes impositivos o los mayores beneficios de hoy inevitablemente deben revertirse en el futuro. Aunque el gobierno no necesite equilibrar su presupuesto todos los años, sí tiene que garantizar que su deuda no se desmadre más adelante. Cualquier beneficio fiscal que ofrezca hoy debe combinarse eventualmente con recortes iguales y opuestos en el futuro. A veces, ese futuro está muy lejos; pero, a veces, está más cerca de lo que la gente cree. El Reino Unido, por ejemplo, ya está considerando cancelar o reducir los ajustes por costo de vida para beneficios del gobierno, debido a temores sobre sus crecientes déficits y la deuda externa.
La lección de esta aritmética es que no se puede evaluar una política simplemente mirando quién recibe dinero. La historia tiene otra cara, que tiene que ver con quién paga –ya sea a través de precios más elevados, tasas de interés más altas, mayores impuestos, pagos de deuda externa futuros o menores beneficios-. En el caso del plan original de Truss, se le estaba pidiendo al 95% inferior de los británicos que pagaran recortes impositivos que beneficiaban al 1% de arriba. Pero aún en casos menos extremos, tener en cuenta quién paga puede darles a los responsables de las políticas una perspectiva invalorable. Muchas veces, un intento atractivo en la superficie para ayudar a un grupo no parecerá tan atractivo cuando se considera cómo afecta a los demás.
Esto no quiere decir que un gobierno no tenga poder para ayudar a la gente en tiempos de necesidad. Muchos de estos costos indirectos se pueden evitar si un mayor gasto del gobierno o recortes impositivos también resultan en una mayor producción, como puede suceder con el estímulo fiscal en una economía deprimida o con inversiones muy bien diseñadas. Asimismo, ofrecer asistencia dirigida a los más vulnerables puede traer aparejados costos indirectos para otros, pero si esta carga está bien repartida y es lo suficientemente pequeña, el beneficio justifica su implementación. Y a veces, cuando se lidia con un shock temporario como el alza de los costos de la electricidad en Europa como consecuencia de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, tiene sentido ayudar a la gente que sufre hoy a expensas de la gente en el futuro.
Sin embargo, en todos los casos, es crítico manejarse con precaución. Los responsables de las políticas pueden hacerse un favor garantizando que no están apresurándose a ayudar a algunos grupos sin darle igual peso y consideración a todos los que terminarán pagando el costo. Truss acaba de aprender esa lección a fuerza de sinsabores.