Más allá de su efectividad epidemiológica diversa, los confinamientos han sido económicamente devastadores.
CAMBRIDGE – Imagine que viene un huracán, pero los meteorólogos no saben si tocará tierra como un huracán Categoría 2 o Categoría 5. ¿Para cuál escenario debería usted prepararse?
El problema que usted enfrenta refleja los costos de suponer que es un huracán Categoría 5 cuando sólo se trata de un Categoría 2 o viceversa. El segundo escenario implica muertes y destrucción que se podrían haber evitado mediante evacuaciones, refugios bien provistos y cierres preventivos. El primer escenario implica costos preventivos innecesarios. En el caso de los huracanes, todos coincidimos en que tiene más sentido pecar de cauteloso por la misma razón que es mejor llegar cinco minutos antes para tomar un tren que cinco minutos tarde.
En la mayoría de los países emergentes y en desarrollo, el COVID-19 está causando un huracán económico. Cada vez se asemeja más a una Categoría 5, pero la comunidad internacional y muchos gobiernos nacionales se prepararon para una tormenta tropical. Para seguir con mis metáforas, ésta es una receta para un choque de trenes.
Las cosas no empezaron así. En el frente epidemiológico, el mundo actuó con celeridad: más de 80 países impusieron confinamientos entre el 9 de marzo y el 2 de abril –algunos, como El Salvador, antes de tener su primer caso confirmado-. La estrategia, en los términos evocativos de Tomás Pueyo, consistió en atacar al coronavirus con un “martillo” (el confinamiento) y luego “bailar” con él adoptando políticas mucho menos severas que puedan contener su propagación a la vez que permitan el retorno a una aparente normalidad.
La estrategia funcionó notablemente bien en lugares tan diversos como Albania, Jordania, Israel, Líbano, Túnez, Costa Rica, Belice, Uruguay, Tailandia y Namibia –tan bien que una estrategia de reapertura basada en testeos y rastreo de contactos se volvió factible y efectiva-. Pero no impidió picos mortales enormes en Italia, Francia, España, el Reino Unido y Estados Unidos, que han sido muy lentos en decaer. El debilitamiento en el apoyo político al confinamiento significa que estos países están intentando reanudar la actividad con mucha gente infecciosa dando vueltas.
La mayoría de las economías emergentes y en desarrollo tendrán necesidades financieras que serán más difíciles de satisfacer. Primero y principal, necesitan dinero para financiar las enormes caídas de los ingresos fiscales causadas por una contracción de la economía.
Asimismo, los confinamientos no pudieron frenar el crecimiento exponencial de casos y muertes en países como India, Rusia, Argentina, Chile, México, Perú, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Qatar, Omán, Sudáfrica y Yibuti. Estos países hoy están entre la espada y la pared: no pueden reabrir sus economías de manera segura, pero no pueden mantener los confinamientos por mucho tiempo más.
Más allá de su efectividad epidemiológica diversa, los confinamientos han sido económicamente devastadores. El daño en las economías avanzadas es bastante grave: el Reino Unido enfrenta su peor recesión desde 1705, mientras que 36 millones de norteamericanos han solicitado un subsidio por desempleo desde marzo. Ahora a esto sumémosle el hecho de que el 25% de los trabajadores en Lima, Perú, han perdido sus empleos, pero no pueden recurrir a su gobierno en busca del mismo nivel de ayuda porque éste no puede endeudarse al nivel de Estados Unidos y el Reino Unido. Las economías emergentes y en desarrollo en todo el mundo se reducirán un 20-40% en el segundo trimestre, con contracciones de dos dígitos para el año. Ellos y las organizaciones internacionales temen anunciar estas proyecciones porque pueden espantar a los mercados y complicar aún más las cosas.
Más malas noticias: el período post-confinamiento no será testigo de una recuperación fuerte, porque la actividad económica se mantendrá seriamente restringida por la necesidad de contener el COVID-19. Por ejemplo, los conductores de camiones provenientes de países vecinos provocaron brotes en países como Jordania y Namibia, que habían sido sumamente exitosos a la hora de contener al COVID-19. Esto provocó un mayor endurecimiento de los controles.
Los viajes y el turismo no se recuperarán al menos hasta que haya disponible una vacuna. Las empresas hoy se dan cuenta de que operar con los protocolos de distanciamiento social es más difícil de lo esperado. El capital ha estado saliendo de los mercados emergentes y las agencias de calificación de riesgo están en una ola de rebaja de calificaciones sin precedentes.
Como resultado de ello, la mayoría de las economías emergentes y en desarrollo tendrán necesidades financieras que serán más difíciles de satisfacer. Primero y principal, necesitan dinero para financiar las enormes caídas de los ingresos fiscales causadas por una contracción de la economía. Por otra parte, les pedirán que ayuden a hospitales, hogares y empresas, como en los países avanzados.
No encontrarán el financiamiento necesario fronteras adentro, porque todos en el país están atravesando dificultades. El financiamiento debe venir del exterior. En el pasado, shocks más pequeños han conducido a triples crisis: cambiaria, bancaria y de deuda. La recuperación de estas crisis no ha llevado un año sino una década.
La Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco Central Europeo deberían incluir bonos de mercados emergentes en sus programas de compra de activos. Mauricio Cárdenas, ex ministro de Finanzas de Colombia, ha propuesto un plan que debería hacer que esto resulte más apetecible, pues reduce el riesgo crediticio.
Todo esto se traduce en la peor crisis financiera que las instituciones de Bretton Woods hayan experimentado en sus 76 años de historia. Su respuesta hasta el momento ha sido admirablemente rápida y absolutamente inadecuada. Les gustaría poder hacer más, pero las reglas y los parámetros de financiamiento existentes son inadecuados para la tarea.
Por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional les ha venido otorgando a los países préstamos mediante Instrumentos de Financiamiento Rápido equivalentes al 100% de la cuota –una cifra calculada aplicando una fórmula que normalmente representa menos del 1% del PIB de un país-. Si la cifra representara el 800% de la cuota, y esta cantidad se desembolsara en los próximos 18 meses, empezaría a hacer una diferencia.
El Banco Mundial tiene un balance desafortunadamente insuficiente y los bancos de desarrollo regionales, mucho más. Deberían recapitalizarse rápidamente, pero es poco probable que esto suceda, porque los bancos de desarrollo se han convertido en otra área de rivalidad entre Estados Unidos y China.
Además, como sostuve en ocasiones anteriores, la Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco Central Europeo deberían incluir bonos de mercados emergentes en sus programas de compra de activos. Mauricio Cárdenas, ex ministro de Finanzas de Colombia, ha propuesto un plan que debería hacer que esto resulte más apetecible, pues reduce el riesgo crediticio.
Es más, esta crisis seguramente exigirá que muchos países reestructuren su deuda pre-pandemia para hacerla sostenible dadas las expectativas inesperadamente peores sobre los ingresos futuros. Carmen M. Reinhart de Harvard –recientemente nombrada vicepresidenta y economista jefe del Banco Mundial- y otros autores han documentado lo largas y engorrosas que han sido las reestructuraciones en el pasado. Esto puede haber sido intencional, para disuadir a los deudores de abusar de la opción de reestructurar. Al mundo hoy le resultaría más beneficioso un mecanismo más eficiente y acelerado, como el Mecanismo de Reestructuración de Deuda Soberana que Anne O. Krueger, entonces la primera vicedirectora gerente del FMI, propuso a comienzos de los años 2000, antes de que el Tesoro de Estados Unidos acabara con el plan.
Para la humanidad, éste es un momento de “todo lo que haga falta”. Tratarlo como un momento de “lo que nos haga lucir bien” sería un error de Categoría 5.
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