Mientras convivan dos bandos en torno al papel de los bancos centrales en la crisis climática, existe un peligro claro de que las diferentes estrategias en diferentes jurisdicciones creen distorsiones competitivas.
El cambio climático ha llegado a representar un desafío importante para los bancos centrales. ¿Cuánto debería influir en su política monetaria y su estrategia para la supervisión bancaria?
Por un lado, hay cada vez más pruebas de que el calentamiento global, particularmente a través de su efecto en la agricultura, puede generar presiones inflacionarias. Y existe una evidencia aún mayor de que los riesgos físicos y de transición creados por el cambio climático tienen, y seguirán teniendo, un impacto importante en el valor de los activos financieros y de las empresas financieras, que los responsables de la estabilidad del sistema financiero no pueden ignorar.
Por otro lado, las políticas destinadas a aumentar los costos de la energía y reducir las emisiones son extremadamente polémicas, en especial en Estados Unidos. Una estrategia proactiva podría sumergir al banco central en una zona de guerra política, vulnerable a ataques de ambos bandos.
Hasta el momento, los bancos centrales han visto esto como un territorio que no pueden evitar. Algunos de ellos, principalmente en Europa, presionaron por una nueva coalición de la voluntad y, a fines de 2017, se creó la Red para Enverdecer el Sistema Financiero. La Reserva Federal de Estados Unidos inicialmente tuvo una actitud tibia, pero se convirtió en un miembro pleno después de la elección del presidente Joe Biden. El Banco Popular de China formó parte desde el principio y, por un momento, daba la sensación de que podía surgir un consenso sobre la postura apropiada de los bancos centrales.
Ya no es el caso. Se han formado dos bandos y, tal como se ven las cosas, es probable que se alejen cada vez más.
En el rincón marrón, por así decirlo, se encuentra el presidente de la Fed, Jerome Powell. En una conferencia en Estocolmo a comienzos de mes se pronunció con firmeza. “No somos, y no seremos, un ‘formulador de políticas climáticas’, aseveró. Integrar consideraciones sobre el cambio climático en las políticas de supervisión monetaria y bancaria “tendría importantes efectos distributivos, entre otros, en las empresas, las industrias, las regiones y las naciones”. Powell, sin duda influenciado por el hecho de que Biden tuvo que retirar la nominación de su candidata para la Junta de la Fed frente a la oposición parlamentaria a sus opiniones sobre el cambio climático, insiste en que la Fed no debería involucrarse.
Otros en el bando marrón incluyen a Mervyn King, ex presidente del Banco de Inglaterra, que sostiene que asumir responsabilidades climáticas “pondría en riesgo la independencia del banco central”. No se puede imaginar un riesgo mayor para la vida humana. Otmar Issing, primer economista jefe del Banco Central Europeo, también manifestó su opinión. “No puede existir algo parecido a una política monetaria ‘verde’”, insiste.
Pero, en el rincón verde, también hay luchadores valientes. Mark Carney, un entusiasta desde que condujo el Banco de Inglaterra, alienta a los bancos centrales a “examinar cómo revisar sus operaciones de política monetaria para que sean más consistentes con los objetivos climáticos legislados”. La propia presidenta del BCE, Christine Lagarde, describió el cambio climático como una “misión crítica”. Frank Elderson, miembro responsable de la Junta del BCE, ha pergeñado un “sesgo” en los programas de compra de bonos del Banco que excluye a las empresas con altas emisiones de carbono, en favor de compañías e industrias más amigables con el clima. Elderson describe al Banco como un “realista prudente”, más que como “un activista ambiental” (aunque algunos banqueros supervisados por el BCE probablemente no estén de acuerdo). “Los bancos estarán al frente de la transición energética y climática, lo quieran o no”, dice, y el papel del supervisor consiste en alentar a los bancos a gestionar sus carteras de crédito con eso en mente.
En el frente de la política monetaria, Isabel Schnabel, la integrante alemana de la Junta del BCE, recientemente describió cómo y por qué el Banco incorporaría consideraciones sobre el cambio climático en su estrategia. Además de “eliminar el sesgo existente hacia las empresas de grandes volúmenes de emisiones”, el BCE planea hacer que las “divulgaciones relacionadas con el clima sean obligatorias para que los bonos sigan siendo válidos como garantía en nuestras operaciones de refinanciamiento”. Amor duro.
Al BCE no parece preocuparle el argumento de Powell de que la política climática no es asunto del banco central y, para justificar su enfoque, dice que el estatuto del Banco le exige respaldar las políticas económicas de la Unión Europea, además de mantener la estabilidad de precios. Pero los críticos advierten que el BCE pronto puede ser impugnado en los tribunales por excederse en su mandato.
Los británicos parecen estar ubicados en el medio del Atlántico, como suele suceder. El Banco de Inglaterra, en efecto, sometió a los bancos británicos a una prueba de estrés climático. Fue un ejercicio revelador: los riesgos para los bancos eran mayores si los gobiernos demoraban una acción efectiva sobre el precio del carbono y si los ajustes necesarios para alcanzar el nuevo objetivo de emisiones cero netas eran repentinos y disruptivos. Esa conclusión llevó a los propios bancos a implementar cambios. Pero los reguladores del Reino Unido hasta el momento le han dado la espalda a la idea de manipular los requerimientos de capital para aumentar el costo del crédito a los altos emisores de carbono (el llamado factor de penalización marrón) o para incentivar el préstamo verde (el factor de respaldo verde). Hay un mayor entusiasmo por este tipo de manipulación en la eurozona, donde el Banco de Francia está a favor.
Desde la perspectiva de los bancos, estas divergencias de opinión son motivo de preocupación. Existe un peligro claro de que las diferentes estrategias frente a los riesgos climáticos en diferentes jurisdicciones creen distorsiones competitivas. De manera que los banqueros esperan que se genere alguna convergencia de opinión, y pronto. La mezcla de pintura marrón y verde normalmente crea un verde más oscuro y más apagado, al que se suele llamar verde bosque. Ésa podría ser una solución pertinente. Pero, por el momento, la Fed parece decidida a mantenerse lejos del bosque y sus peligros.