Durante años los países ricos les han dado cátedra a las economías en desarrollo sobre el cambio climático, ignorando sus propios consejos. Con suerte, las propuestas innovadoras como la idea del banco verde global podrían fomentar un debate más constructivo y equitativo para centrarnos en la transición verde.
En diálogo con el Financial Times en la Cumbre para un Nuevo Pacto Financiero Mundial el 22 y 23 de junio en París, el presidente keniata, William Ruto, reclamó la creación de un “banco verde global” que ayude a los países en desarrollo a mitigar los efectos del cambio climático sin exacerbar aún más sus niveles de deuda ya insostenibles. Esta propuesta considerada y relevante debería ser tenida en cuenta por los países ricos si es que hablan en serio cuando se refieren a abordar el cambio climático, fomentar la paz y promover la prosperidad en África y el resto del mundo en desarrollo.
Hasta hace poco, las únicas piezas de negociación de las economías en desarrollo eran sus abundantes recursos naturales y la mano de obra barata. Pero el cambio climático ha mejorado el poder de negociación de los países de bajos ingresos y ha alterado la dinámica de las relaciones Norte-Sur. Los países en desarrollo ya no están dispuestos a que se los incite a asumir una deuda gigantesca para financiar el desarrollo verde, especialmente cuando existen alternativas más económicas.
Los esfuerzos en curso por parte de los países adinerados para persuadir a los países de bajos ingresos de la necesidad de asignar al patrimonio mundial un valor más alto del que ellos mismos le han asignado están condenados al fracaso. Si bien se han alineado incentivos en algunos casos, gracias a la caída de los costos de la energía solar y eólica, a las economías en desarrollo muchas veces les resulta mucho mejor, en términos de costo-beneficio, seguir los pasos de las economías avanzadas y utilizar tecnologías basadas en combustibles fósiles.
La guerra en Ucrania ha puesto en evidencia la hipocresía del mundo desarrollado. Durante años, los países desarrollados han disuadido a las economías en desarrollo de utilizar combustibles fósiles, negándoles sistemáticamente préstamos de desarrollo para proyectos de gas y petróleo, en especial cuando estaban destinados para el consumo interno. Pero, desde la invasión rusa, los líderes europeos han venido presionando a los países africanos para que aumenten la producción de gas de manera de convertirlo en gas natural licuado y enviarlo a Europa. Alemania, inclusive, ha vuelto a abrir sus centrales eléctricas alimentadas a carbón. Asimismo, los hogares y las empresas europeos han recibido el mismo tipo de subsidios para el consumo de energía por los cuales los países africanos fueron censurados, por ejemplo, en el informe anual de 2022 de la Agencia Internacional de Energía.
Mientras que los gobiernos europeos consideran que estas acciones son una respuesta justificada ante circunstancias extraordinarias, para los países en desarrollo donde el racionamiento de la electricidad es la norma -inclusive en tiempos de paz-, esto es algo difícil de digerir. En Estados Unidos, por su parte, las cosas no están mucho mejor. Cuando los precios de la gasolina se dispararon luego del estallido de la guerra en Ucrania, el presidente norteamericano, Joe Biden, también les garantizó a los consumidores estadounidenses que haría todo lo que estuviera a su alcance para hacer bajar los precios. Biden llegó a suplicarle a Arabia Saudita que extrajera más petróleo, a pesar de la estrategia anteriormente adversa de su administración hacia el país y su líder, el príncipe de la Corona Mohammed bin Salman.
Además de la propuesta de Ruto de un banco verde, otros observadores han sugerido estrategias alternativas para otorgarles a los países en desarrollo el financiamiento que necesitan para completar la transición a energías limpias. Por ejemplo, una propuesta defendida por varios analistas prominentes exige reducir la exposición de los inversores extranjeros al riesgo del tipo de cambio en las economías en desarrollo.
Pero esta propuesta es engañosa. Dado que una gran parte del riesgo de tipo de cambio está asociada al riesgo soberano, no se puede eliminar solamente mediante una ingeniería financiera. La principal amenaza para los tipos de cambio, después de todo, es el fuerte incentivo que tienen los gobiernos que carecen de efectivo para desinflar la deuda. Subsidiar un fuerte incremento de la deuda en los países en desarrollo no es una solución para el calentamiento global sino una receta para otra crisis de deuda. El financiamiento climático para los países de bajos ingresos debe priorizar los préstamos por sobre los subsidios.
Aunque las instituciones de Bretton Woods cumplen con un propósito importante, sus estructuras financieras y de gobernanza, así como sus recursos existentes, son inadecuados. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, esencialmente, otorgan préstamos, no los subsidios directos que necesitan los países en desarrollo. Asimismo, los mecanismos de gobernanza de estas instituciones están diseñados para favorecer los intereses de los países prestadores ricos. Para persuadir a las economías en desarrollo de sumarse a la lucha contra el cambio climático, se les debe otorgar un papel más importante a la hora de formular las políticas globales. El financiamiento propuesto también debe ser voluminoso.
Otra solución que he defendido en los últimos años es la creación de un Banco de Carbono Mundial para respaldar las transferencias de tecnología, brindar informes no sesgados de los países sobre cuestiones relacionadas con el calentamiento global (por ejemplo, el monitoreo de los esquemas de créditos de carbono) y facilitar el financiamiento de ayuda en gran escala. En un documento reciente, propuse financiar esta nueva institución a través de donaciones de bonos irrevocables a diez años. Pero los impuestos a la aviación y al transporte, tal como propuso Ruto, son una alternativa que se podría explorar.
Para ser efectivo, el Banco de Carbono Mundial necesitaría centrarse exclusivamente en la transición verde. En términos ideales, debería estructurarse de manera tal que le dé una independencia significativa, que es una razón por la cual una donación de bonos por parte de los países ricos representa una opción de financiamiento atractiva.
Si bien agencias como la Corporación Financiera de Desarrollo Internacional de Estados Unidos han iniciado algunos proyectos climáticos, su escala está lejos de lo que hace falta para abordar el calentamiento global. En general, las economías desarrolladas no están ni cerca de cumplir con sus compromisos existentes en materia de financiamiento climático, y no parecen particularmente entusiastas respecto de facilitar transferencias adicionales. Al mismo tiempo, la perspectiva de que el expresidente norteamericano Donald Trump -un negador del cambio climático- vuelva a la Casa Blanca en 2024 plantea temores sobre la posibilidad de alguna solución significativa. (Una vez más, vale la pena observar que, antes de 1972, son pocos los que habrían previsto la visita a China de Richard Nixon, un ferviente anticomunista).
Durante demasiado tiempo, los países ricos les han dado cátedra a las economías en desarrollo sobre el cambio climático, a la vez que ignoraban su propio consejo. Con suerte, las propuestas innovadoras como la idea del banco verde global de Ruto podrían fomentar un debate más constructivo y equitativo.