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La solución a la estanflación por el lado de la oferta

Escrito por David Malpass | Jun 14, 2022 2:25:47 PM

El sufrimiento de la estanflación puede durar varios años, con consecuencias potencialmente desestabilizadoras para las economías de ingresos bajos y medios, a menos que se consiga un importante aumento de la oferta.

Poco más de dos años después de la peor recesión global desde la Segunda Guerra Mundial como resultado de la COVID‑19, la economía mundial vuelve a estar en peligro. Esta vez, enfrenta alta inflación y bajo crecimiento al mismo tiempo. Incluso si se evita una recesión global, el sufrimiento de la estanflación puede durar varios años, con consecuencias potencialmente desestabilizadoras para las economías de ingresos bajos y medios, a menos que se consiga un importante aumento de la oferta.

En un contexto de guerra en Ucrania, inflación en alza y suba de los tipos de interés, para 2022 está prevista una desaceleración del crecimiento económico global. Las últimas proyecciones del Banco Mundial, publicadas hoy, muestran una importante corrección a la baja: se espera una marcada desaceleración del crecimiento mundial, al 2,9%, desde el 5,7% registrado en 2021; es decir, casi un tercio de reducción respecto de lo pronosticado en enero de 2022, que preveía un 4,1% para este año. La mayor parte de la corrección se debe al aumento de los precios de la energía y de los alimentos, junto con las alteraciones al suministro y al comercio internacional provocadas por la guerra en Ucrania y la necesaria normalización de tipos de interés que está en marcha.

La COVID‑19 ya provocó un importante retroceso en materia de crecimiento y reducción de la pobreza en las economías en desarrollo, muchas de las cuales ahora enfrentan desafíos más graves como consecuencia de la guerra en Ucrania. Para 2022 se prevé que conseguirán apenas un 3,4% de crecimiento, escasamente la mitad de la cifra en 2021 y muy por debajo del promedio entre 2011 y 2019. Por su parte, las proyecciones de crecimiento en 2022 para los países de ingresos medios también han tenido una importante corrección, y pierden 1,3 puntos porcentuales respecto de las dadas en enero.

En alrededor del 40% de las economías en desarrollo, el ingreso real per cápita en 2023 seguirá por debajo de los niveles anteriores a la COVID‑19. A muchos países les será difícil evitar una recesión. Con una oferta de gas natural restringida (que afecta en particular la producción de fertilizantes y de electricidad en los países pobres), para recuperar un crecimiento no inflacionario será esencial anunciar importantes aumentos de la producción mundial.

El peligro de varios años de inflación por encima de la media y crecimiento por debajo de la media (un fenómeno que no se vio desde los setenta) es considerable. Para el período comprendido entre 2021 y 2024, está prevista una reducción del crecimiento global de 2,7 puntos porcentuales, más del doble de la registrada entre 1976 y 1979. Esta limitación del crecimiento puede durar toda la década, debido a la falta de inversión en la mayor parte del mundo. Como la inflación en muchos países se encuentra en niveles que no se veían hace décadas y la recuperación de la oferta será lenta, existe el riesgo de que el ritmo de aumento de los precios se mantenga elevado por más tiempo del que se prevé ahora.

Además, la deuda pública externa de las economías en desarrollo hoy se encuentra en niveles récord. La mayor parte es con acreedores privados, y está atada en gran medida a tipos de interés variables que pueden registrar aumentos repentinos. Al endurecerse las condiciones financieras mundiales y devaluarse las monedas, los países de ingresos medios comienzan a experimentar crisis de deuda que antes sólo afectaban a las economías de bajos ingresos.

La eliminación de la flexibilidad monetaria en Estados Unidos y en otras economías avanzadas, sumada al consiguiente aumento del costo de endeudamiento en todo el mundo, es un importante viento de frente adicional para los países en desarrollo. Además, en los próximos dos años, la mayor parte de las medidas de apoyo fiscal provistas en 2020 para contrarrestar la pandemia se habrá retirado, aunque los niveles de deuda seguirán elevados. A la par de esta eliminación de la flexibilidad, será importante reducir la desigualdad y buscar un aumento general de los ingresos, usando herramientas fiscales y monetarias para fortalecer las cadenas de suministro, las pequeñas empresas y el proceso de asignación de capital.

Pero las condiciones actuales también muestran importantes diferencias respecto de los setenta. En aquel momento el dólar registraba una debilidad extrema, hoy muestra fortaleza. Los precios del petróleo se cuadruplicaron en 1973‑74 y se duplicaron en 1979‑80; hoy, tras descontar la inflación, apenas llegan a dos tercios del nivel que tenían en 1980. Y los balances de las principales instituciones financieras son en general sólidos, mientras que en los setenta eran una fuente de riesgo.

Además, la economía internacional es más flexible que en los setenta; hay menos rigidez estructural en relación con los salarios y el mercado laboral, y los gobiernos están mejor posicionados para eludir vientos de frente estanflacionarios. Los marcos de política monetaria son más creíbles: los bancos centrales en las economías avanzadas y en muchas economías en desarrollo operan bajo claros mandatos de estabilidad de precios. Esto, sumado al hecho de que con las tecnologías y capitales actuales hay capacidad para un gran incremento de la oferta, ayudó a anclar las expectativas de inflación a largo plazo.

Para reducir el riesgo de estanflación se necesitarán medidas bien orientadas de las autoridades en todo el mundo, que en una era extraordinaria de crisis globales superpuestas, deberán concentrar sus esfuerzos en cinco áreas clave.

En primer lugar, deben limitar el sufrimiento de las personas afectadas por la guerra en Ucrania. Esto demandará una respuesta coordinada a la crisis, que incluya enviar ayuda alimentaria, médica y financiera de emergencia a las áreas en guerra y compartir los gastos de proveer vivienda, apoyo y tal vez reubicación a refugiados y desplazados internos.

En segundo lugar, las autoridades deben contrarrestar el incremento de precios del petróleo y de los alimentos. Es esencial reforzar la oferta de productos alimentarios y energéticos clave. Los mercados actúan por anticipado, de modo que incluso el mero anuncio de una oferta futura ayudará a reducir los precios y las expectativas inflacionarias. Todos los países deben apuntalar sus redes de seguridad social y evitar restricciones a las exportaciones y a las importaciones que magnifiquen los incrementos de precios.

En tercer lugar, hay necesidad urgente de ampliar las iniciativas de alivio de deuda. Los países de bajos ingresos ya eran muy vulnerables a problemas de deuda incluso antes de la pandemia. Al extenderse las crisis de deuda a los países de ingresos medios, los riesgos para la economía mundial se acrecentarán, a menos que se implementen medidas de alivio rápidas, amplias y de un volumen considerable.

En cuarto lugar, los funcionarios deben fortalecer la preparación sanitaria y los esfuerzos para contener la COVID‑19. Ampliar las campañas de inmunización en los países de bajos ingresos, incluida la vacunación contra la COVID‑19, tiene que ser prioridad mundial.

En quinto lugar, hay que acelerar la transición al uso de fuentes de energía descarbonizadas. Reducir la dependencia de los combustibles fósiles demandará invertir más en las redes de distribución de electricidad, en fuentes de energía menos contaminantes y en una mayor eficiencia energética. Las autoridades nacionales deben crear marcos regulatorios que tengan en cuenta la cuestión climática, adecuar las estructuras de incentivos y fortalecer la normativa referida al uso de la tierra.

Recuperar la prosperidad a largo plazo depende de volver a tener más crecimiento y un marco de políticas más estable y basado en reglas. Hay buenos motivos para esperar que en cuanto termine la guerra en Ucrania, se intensificarán los esfuerzos para la reconstrucción de la economía ucraniana y la reactivación del crecimiento global (incluidos los del Grupo Banco Mundial). En tanto, las autoridades tienen que mitigar las otras amenazas contra el desarrollo en todo el mundo: el encarecimiento de los alimentos y de la energía, la persistente presión estanflacionaria, una carga de deuda cada vez más peligrosa, el aumento de la desigualdad y de la inestabilidad y los innumerables riesgos provocados por el cambio climático.