Que no se entienda mal. A la mayoría nos gustan las fiestas de fin de año, la Navidad en familia, y esperar las 12.00 para el abrazo de año nuevo. Pero sin duda tienen un leve toque de "día de la marmota", una simpática película que trata de un reportero odioso que vive una y otra vez el mismo día, hasta lograr ser una buena persona (por supuesto que Bill Murray logra un mejor resultado que este resumen ignora).
El tono que ha tomado la discusión de la reforma de pensiones en las últimas semanas deja un sabor similar. Llevamos muchos años discutiendo sobre pensiones, actuales y futuras, fuimos testigos de algunas comisiones presidenciales y acumulamos kilómetros de minutas y columnas. Pero el debate actual se siente como volver a fojas cero en múltiples materias y, sin ánimo de atacar ni defender a ningún actor relevante, pareciera que el que todos opinen de todo, con escasa profundidad de análisis y números, pavimenta el camino hacia un muy mal resultado: una inmovilidad inaceptable a estas alturas o, peor aún, aprobar medidas con la única bondad de avanzar con urgencia.
Pareciera no importar que el sistema de pensiones actual tiene múltiples capas, como la capitalización individual (cuyo gran valor es obligar a las personas a ahorrar, cosa que no harían por voluntad propia), una pensión garantizada universal (que asciende al 50% del salario mínimo actual) que da un soporte al 90% de la población (y excluye al 10% más rico), y una tercera capa escasamente desarrollada que es el ahorro previsional voluntario (donde usualmente se utilizan exenciones de impuestos para motivar a la gente).
Pareciera no importar todo lo que se ha avanzado en régimen de inversiones (donde siempre se puede progresar), el aporte del sistema al desarrollo del mercado de capitales en varias décadas y, lo que es aún más inverosímil, el daño que se puede causar a los mercados locales al ignorar su relevancia. Que se oigan voces que aún buscan refundar todo el sistema, que no generen estimaciones y cálculos robustos para apoyar sus planteamientos, y que dejen abiertos flancos relevantes del futuro funcionamiento con la idea que "en el camino se arregla la carga", son claramente irresponsables. En definitiva, los dos párrafos anteriores muestran un claro desdén por los cálculos en este tema.
Pero vamos a los focos que debieran al menos estar presentes en una discusión de pensiones. En primer lugar, ser extremadamente cuidadosos con las estimaciones, de manera que las conclusiones no se vean dramáticamente afectadas si cambiamos algunos supuestos (ejemplos de eso sobran en los temas del préstamo al fisco, separación de la industria, foco de las inversiones de los fondos de pensiones, licitaciones de stocks, entre otros). ¿Las condiciones pueden cambiar a futuro? Claro que sí, pero eso requiere poner gatillos, no dejar abierta la puerta a cambios arbitrarios. La gratuidad universal en educación superior, en la que no necesariamente se está de acuerdo, al menos tenías clarísimos esos gatillos.
En segundo lugar, analizar los efectos sobre el nivel de ahorro de las personas, obligatorio y voluntario, que sea compatible con una expectativa de vida muchísimo más alta que la que se usaba unas décadas atrás (mover las tablas de mortalidad por antojo no resuelve el problema). Y no perdamos de vista el principal motor de solución a las pensiones en el larguísimo plazo que es un mayor ahorro (no me olvido de que hay que mejorar pensiones actuales, pero eso es otro tema). En último lugar, la formalidad, a largo plazo, lo es todo. Si 3 de cada 10 personas no pasa ni cerca del sistema de pensiones, sin importar su diseño, la política pública está destinada al fracaso. No olvidemos que además cada década disminuirá el número de personas activas versus pasivas en las economías (tenemos varios artículos sobre caída de la natalidad dando vuelta, que se suma a la mayor expectativa de vida).
En síntesis, siempre pueden ocurrir cosas malas e imprevisibles y los escenarios deben ser robustos y considerar potenciales desvíos respecto de los supuestos. Pero lo más importante, en temas de larguísimo plazo como las pensiones, es entender que aún no se inventa nada mejor que hacer los números de manera seria y evaluar escenarios. El voluntarismo por modificar la realidad y la prosa no aportan demasiado en estos casos.