Cómo encarar la relación con China

Paola Subacchi
jun 3, 2022

Países del G7 deben centrarse en identificar áreas de interés común y cooperación con el gigante asiático, en lugar de enfocarse en las diferencias ideológicas y culturales.

Hay riesgo de una ruptura duradera en el orden mundial, con Estados Unidos y sus aliados de un lado, y China y sus socios del otro. Como señaló la secretaria del Tesoro de EE. UU. Janet Yellen en un evento del gabinete estratégico Atlantic Council el mes pasado, este resultado dista de ser deseable y EE. UU. debe trabajar con China para evitarlo. Pero, casi sin pausar para respirar, Yellen propuso acciones que podrían frustrar ese esfuerzo.

Según Yellen, EE. UU. debe profundizar sus vínculos con países que «respetan plenamente un conjunto de normas y valores relacionados con el funcionamiento de la economía mundial y la manera de orientar al sistema económico mundial». Para ella, elegir socios «comprometidos con un conjunto de valores y principios centrales» es la clave para la cooperación eficaz en temas importantes.

Pero, ¿qué pasa entonces con los países con valores y principios diferentes? ¿Cómo puede sobrevivir la arquitectura institucional mundial si los países limitan su compromiso abierto a quienes perciben al mundo de la misma forma que ellos? ¿Si Occidente excluye a una potencia como China de sus acuerdos multilaterales, qué otra cosa puede hacer esta más que encabezar alternativas?

Un enfoque más provechoso para el acercamiento a China se basaría en tres cuestiones clave. La primera es que el multilateralismo es imposible sin ella. China no solo es la segunda mayor economía del mundo, cuenta además con uno de los sistemas financieros más importantes, con activos que representan casi el 470 % de su PBI. El ahorro nacional bruto de China —que equivale aproximadamente al 45 % de su PBI— también es gigantesco.

Además, China es el mayor prestamista bilateral del mundo y contribuye de manera sustancial a las instituciones financieras multilaterales, y no solo a las creadas y dirigidas por Occidente. De hecho —y esta es la segunda cuestión— China adoptó un papel importante en la arquitectura financiera internacional, como miembro y fundadora de instituciones.

En los últimos años, China lideró la creación de dos nuevos bancos multilaterales de desarrollo. Tanto el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII) como el Nuevo Banco de Desarrollo (NDB, por su sigla en inglés) están diseñados para complementar la arquitectura financiera internacional, lo que demuestra que China puede liderar instituciones, actuar como uno de los principales proveedores de financiamiento para el desarrollo y ser «parte interesada responsable» en un sistema creado por EE. UU. y sus aliados.

Pero, de cierta manera, ese sistema le está fallando. En el Fondo Monetario Internacional, su participación en el voto es del 6,1 %, apenas inferior a la del Japón (6,2 %) y muy por debajo del 16,5 % de EE. UU. Sus respectivas participaciones en el Banco Mundial son del 5,4 %, 7,28 % y 15,5 %. Aunque claramente esto no condice con el peso económico de China, las reformas han sido lentas, principalmente por la obstrucción estadounidense, un punto que Yellen desestimó mientras discutía la necesidad de modernizar al FMI y el Banco Mundial.

Esto les da a los líderes chinos buenos motivos para considerar otras opciones, incluida la de desconectar las instituciones que lidera del sistema multilateral existente y crear otras nuevas. Eso resultaría en la fragmentación de la red de seguridad del sistema financiero mundial, que se tornaría menos ágil, predecible e inclusivo, lo que dejaría expuestos inevitablemente a algunos países a riesgos sistémicos.

La tercera cuestión a considerar en el enfoque de Occidente para sus tratos con China es la más espinosa: los sistemas económico y político chinos —y con ellos, sus objetivos e incentivos— difieren marcadamente de los de los países del G7. Esta es una de las principales causas de tensiones entre China y Occidente, y un motivo clave por el cual funcionarios como Yellen promueven la relación más fácil que pueden lograr con países «que piensan de manera similar».

Ciertamente, sobrellevar perspectivas, ideologías e intereses conflictivos implica un desafío. Esto quedó a la vista durante la guerra de Rusia contra Ucrania, que China se negó a condenar junto con el G7. Pero, independientemente de cuán frustrante pueda ser la reticencia China, enfrentarse con los líderes de ese país no ayuda. Tampoco la exclusión de China de los acuerdos multilaterales contribuirá a mejorar la situación.

En lugar de eso, los países del G7 deben centrarse en identificar áreas de interés común con bajo riesgo de malentendidos y desacuerdos, y aprovechar las oportunidades de cooperación que haya. El cambio climático —y, en especial, las finanzas climáticas— son un ejemplo obvio, pero difícilmente único. Aunque los medios occidentales mostraron a menudo a los líderes chinos como intransigentes y hasta engañosos, China siguió involucrándose constructivamente con Occidente en diversos temas económicos y financieros.

Un ejemplo es la gestión de la deuda. A fines del mes pasado, China se unió al comité de acreedores de Zambia y se comprometió a seguir el proceso de reestructuración de deudas del Marco Común del G20. No solo es una buena señal para Zambia —cuya deuda actual representa una carga de casi USD 32 000 millones (cerca del 120 % de su PBI)—, sino también para otros países africanos fuertemente endeudados.

Incluso hay cierta convergencia entre las posiciones china y occidental en cuanto a la guerra de Rusia en Ucrania, aunque por motivos muy diferentes. A principios de marzo y justificándolo por riesgos financieros, el BAII congeló todas las operaciones con Rusia y Bielorrusia, y el NDB anunció que había «puesto en pausa las nuevas transacciones con Rusia».

Esto demuestra que para convencer a los países para lograr metas conjuntas no es necesario apelar a los mismos valores. Las cuestiones prácticas también son muy poderosas. En su relación con China, Occidente debe tratar de ampliar el diálogo internacional y fomentar la cooperación para las políticas basándose en intereses comunes específicos.

A diferencia de la narrativa prevalente en Occidente, la cooperación con China es la norma desde hace décadas, pero si los líderes del G7 deciden que los «valores centrales» serán la base de la cooperación internacional, esto podría cambiar. Una economía mundial en la que China y el G7 sigan caminos distintos y divergentes dejará a ambos en peor situación.

Topics: Economía, China, G7

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