La recuperación en forma de V avanza

Jim O’Neill
sep 21, 2020

El financiamiento de la distribución universal de una vacuna es absolutamente crucial para garantizar una recuperación global.

LONDRES – Grandes segmentos de la economía global están exhibiendo señales tradicionales de una recuperación en V del colapso inducido por la pandemia esta primavera (boreal). Los indicadores mensuales para muchos países muestran rebotes vigorosos en junio y julio, con un crecimiento proyectado del 10-15% en el PIB real (ajustado por inflación) en el tercer trimestre, si todo el resto sigue igual.

Sin duda, existen motivos para preguntarse si la recuperación percibida es simplemente un repunte técnico –una ilusión causada por la propia profundidad del colapso inicial-. Podría ser el caso, especialmente si muchos países sufren una segunda ola fuerte de infecciones de COVID-19, o si las altas expectativas de una pronta vacuna resultan injustificadas. Nadie puede saber con certeza. Tendremos que esperar a ver qué sucede en tanto los países intentan alcanzar un equilibrio entre gestionar el virus y lograr que sus economías vuelvan a la normalidad.

Aunque Estados Unidos ha experimentado una situación más difícil que otros países con el virus, su tasa de nuevas infecciones ha caído, lo que torna más probable que su rebote económico estival se acelere. Y en China, los últimos indicadores apuntan a un alto nivel de control de la infección y a una aceleración de la recuperación. Teniendo en cuenta los roles dominantes de Estados Unidos y China en la economía global, estos desarrollos positivos auguran una recuperación importante para el comercio global, más allá del conflicto en curso entre los dos países en materia de comercio y tecnología.

En cuanto a Europa, muchos países están dando señales de una segunda ola de COVID-19. La mayor incidencia plantea una amenaza particular para la recuperación de España. Pero no sucede lo mismo en todas partes. Otros países han incrementado sus medidas de control y, si éstas resultan suficientes, podrán mantener sus recuperaciones en el buen camino.

Eso es lo que sabemos ahora, a mediados de septiembre. Para ser más optimistas respecto de las perspectivas de una recuperación económica sostenida a fines de 2020 y entrado 2021, precisaremos más evidencia de progreso hacia mejores tratamientos y vacunas seguras y efectivas. Cuando haya una vacuna ampliamente disponible, se puede esperar una mayor aceleración de la actividad económica. Los sectores que más hayan sufrido como consecuencia de los protocolos de distanciamiento social –entre ellos el turismo internacional, el entretenimiento y la hospitalidad- comenzarán a volver a la vida.

De hecho, a menos que fallen todas las potenciales vacunas prometedoras que ya han alcanzado las pruebas de la Etapa Tres, podemos anticipar una recuperación en estos sectores más afectados en algún momento en los próximos meses, y será ahí cuando la expectativa de una recuperación cíclica estará más justificada.

Pero existen varias cuestiones estructurales para tener en cuenta. Por empezar, la cuestión más apremiante de este otoño es si el G20, actualmente presidido por Arabia Saudita, puede renacer y ofrecer una cooperación internacional genuina, como lo hizo después de la crisis financiera global de 2008.

Según la Organización Mundial de la Salud y otros organismos de salud internacionales, se necesitan aproximadamente 35.000 millones de dólares para garantizar que se puedan distribuir las vacunas de manera equitativa entre los 7.800 millones de habitantes del mundo. Es una suma insignificante comparada con lo que muchos países del G20 ya han invertido para respaldar sus economías domésticas. Sin embargo, el financiamiento de la distribución universal de una vacuna es absolutamente crucial para garantizar una recuperación global, y no una recuperación limitada sólo a aquellos países donde haya una vacuna disponible.

Igual de pertinente, aunque menos discutido, es el equilibrio de fuerzas entre el crecimiento doméstico y el crecimiento externo. Debido a la ansiedad generada por la pandemia, muchos gobiernos, principalmente en la Unión Europea, han demostrado niveles sin precedentes de entusiasmo por un estímulo fiscal, y esos programas de gasto se han visto aún más respaldados por una política monetaria extraordinariamente generosa.

Las políticas macroeconómicas expansionistas sugieren que, salvo que se produzca una retracción fiscal repentina y significativa, la demanda doméstica impulsará esta recuperación con más fuerza que luego de la crisis de 2008. Esto probablemente se traduzca en una recuperación del comercio mundial por encima de lo que muchos analistas hoy consideran posible.

Pero eso nos lleva a una tercera cuestión estructural. ¿Cuándo se pagará todo el gasto actual, y quién lo pagará? Ya parece haber un consenso considerablemente fuerte en todas las economías avanzadas de que debería evitarse un ajuste fiscal anticipado. Yo, por mi parte, preferiría un ajuste después de que haya pasado la crisis. Pero, por supuesto, mucho dependerá no sólo de la magnitud y la velocidad de la recuperación sino también del tamaño de los déficits fiscales. Aquí, es interesante observar que las expectativas de un estímulo fiscal adicional en Estados Unidos recientemente han sido minimizadas como resultado de datos sobre empleo mejores de lo esperado.

En cuanto a la política monetaria, el anuncio de la Reserva Federal de Estados Unidos a fines de agosto de que cambiará a un régimen de “meta de inflación promedio” ha sido acogido como una forma adicional de respaldo. Pero hay que hacer una salvedad. Que el cambio de política perdure dependerá de cómo se desarrollen en verdad las presiones inflacionarias. Si los mercados financieros de repente empezaran a preocuparse por un inesperado aumento de la inflación, los responsables de las políticas podrían verse obligados a modificar su estrategia una vez más.

Un interrogante todavía abierto, y que he planteado en comentarios anteriores este año, es de qué manera responderán los responsables de las políticas a los cambios generados por la crisis del COVID-19. ¿Alimentarán una nueva cultura empresarial orientada hacia “ganancias con un propósito”, alentando (o convenciendo) a más corporaciones para que implementen una descarbonización y soluciones a retos sociales como la resistencia antimicrobiana (RAM) y la amenaza de futuras pandemias? Ése sin duda sería un desenlace muy valorado, y difícilmente imposible para nuestros gobiernos.


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