La reciente debilidad de la libra –que la semana pasada, cayó a su nivel más bajo contra el dólar desde 1985- ha evocado recuerdos del "miércoles negro" de 1992, cuando llegó a perder un 15% de su valor. Sin embargo, comparar la libra con una moneda de mercados emergentes es impreciso y probablemente inexacto.
Hace treinta años, el 16 de septiembre de 1992, los especuladores de divisas obligaron al gobierno británico a abandonar el compromiso de la libra esterlina con el Mecanismo Europeo de Cambio. En los días que siguieron al “miércoles negro”, la libra esterlina subsiguientemente perdió el 15% de su valor. Para comienzos de 1993, había perdido casi un tercio de su valor.
La reciente debilidad de la libra –la semana pasada, cayó a su nivel más bajo contra el dólar estadounidense desde 1985- ha evocado, y entendiblemente, recuerdos de este episodio previo, lo que llevó a algunos a comparar la libra con una moneda de mercados emergentes. Pero la comparación es imprecisa y probablemente inexacta. Más allá de sus dificultades económicas actuales, el Reino Unido conserva instituciones fuertes, una democracia próspera y un historial razonable de crecimiento decente y baja inflación.
Entonces, ¿qué es exactamente lo que ha salido mal? ¿La libra realmente está en riesgo por una pérdida generalizada de confianza en los activos británicos?
Al igual que casi cualquier otra moneda excepto el dólar estadounidense y quizás el euro, la libra carece de los atributos de una moneda dominante. Más allá del comercio al interior del Reino Unido y entre unos pocos países del Commonwealth, no hay una demanda internacional natural por la libra esterlina.
Tampoco existe evidencia de que se conserven libras como una reserva de valor. En momentos de incertidumbre, los bonos del gobierno del Reino Unido por lo general aumentan de valor (a pesar de las circunstancias actuales), pero la libra tiende a caer frente al dólar. La libra carece de las propiedades percibidas de refugio seguro del dólar estadounidense y de otras pocas monedas que se benefician de grandes reservas de activos extranjeros –como resultado de tener excedentes comerciales consistentes durante períodos prolongados.
Esto implica que el valor de la libra, como el de la mayoría de las otras monedas, depende de si los inversores extranjeros consideran que las políticas económicas del gobierno son prudentes o no.
En un sentido, el Brexit no fue diferente de cualquier otro shock negativo para los términos de comercio del país: la moneda se depreció en consecuencia. Pero también planteó temores sobre la capacidad continua del Reino Unido de endeudarse a bajo costo, dado su inminente divorcio de su principal socio comercial.
La evidencia inicial sugiere que estos temores fueron exagerados. Las necesidades de financiamiento externo del Reino Unido, según refleja su déficit de cuenta corriente, aumentaron del 2,6% del PIB durante la primera década de este siglo a casi el 4% del PIB en 2020. Sin embargo, ajustados por inflación, los costos de financiamiento del Reino Unido en realidad cayeron en el período posterior al Brexit.
Más recientemente, el marcado incremento de su factura energética se tradujo en un mayor deterioro de la cuenta corriente del Reino Unido, lo que resultó en un déficit sin precedentes de más del 8% del PIB en el primer trimestre de 2022 y costos de endeudamiento significativamente más altos.
Sin duda, el Reino Unido no es la única economía desarrollada que intenta recuperarse de las consecuencias de la pandemia del COVID-19 y la guerra en curso en Ucrania. Aun así, el hecho de que al Reino Unido no le esté yendo peor que a algunos otros países no es excusa para ser complacientes.
La decisión del gobierno de Truss de poner un tope a los precios de la energía doméstica para los hogares, a fin de limitar el impacto de los precios mayoristas más altos en el consumo, es análogo a la fallida paridad del tipo de cambio del Reino Unido hace 30 años. Si los precios mayoristas del gas aumentan, debido al corte de los suministros a Europa por parte de Rusia o porque los propios proveedores extranjeros del Reino Unido eligen limitar las exportaciones de gas a fin de mitigar los efectos de los altos precios de la energía en sus propias economías domésticas, el costo del plan de subsidios podría dispararse. Si el balance del gobierno queda expuesto a enormes pérdidas potenciales, sus costos de endeudamiento quedarían prácticamente asociados al precio mayorista del gas, sobre el cual no tiene control.
En otras palabras, el Reino Unido está estableciendo una paridad de precios que será financieramente difícil de sostener y políticamente difícil de eliminar. Mayores incrementos en el precio del gas conducirían a tasas de interés aún más altas; dados los altos niveles de deuda de Gran Bretaña, una recesión profunda es lo que, casi con certeza, vendría después. No habría una paridad de tipo de cambio que romper per se, pero la libra esterlina de todos modos se convertiría en daño colateral cuando el financiamiento externo se agote.