Una historia de dos economías

Stephen S. Roach
dic 9, 2020

Los riesgos de corto plazo para la actividad económica decididamente han tenido una evolución desfavorable en Estados Unidos y Europa.

NEW HAVEN – De pronto, hay un argumento creíble para una recuperación económica de la mano de una vacuna. La ciencia moderna ha ofrecido lo que sin duda debe ser uno de los mayores milagros de mi larga existencia. Justo cuando el COVID-19 arrastraba a la economía mundial a la recesión más aguda y más profunda de la que se tenga registro, una simetría igualmente poderosa por el lado positivo ahora parece factible.

Si tan sólo fuera así de fácil. Mientras el COVID-19 sigue causando estragos –y las tasas de infección, hospitalización y muerte hoy están escapando de todo control (otra vez)-, los riesgos de corto plazo para la actividad económica decididamente han tenido una evolución desfavorable en Estados Unidos y Europa. La combinación de fatiga por la pandemia y politización de las prácticas de salud pública han entrado en juego en el preciso momento en que la tan anticipada segunda ola de COVID-19 está a la vuelta de la esquina.

Desafortunadamente, esto encaja en el guion de la temida recesión de doble caída sobre la que advertí recientemente. Vale la pena repetir la conclusión: las aparentes recuperaciones económicas en Estados Unidos han dado lugar a recaídas en ocho de los once ciclos comerciales desde la Segunda Guerra Mundial. Las recaídas reflejan dos condiciones: una vulnerabilidad persistente como consecuencia de la propia recesión y la posibilidad de réplicas. Desafortunadamente, hoy se han cumplido ambas condiciones.

La vulnerabilidad es indiscutible. Más allá del 33% récord de reversión anualizada del crecimiento real del PIB en el tercer trimestre de este año, la economía de Estados Unidos seguía estando 3,5% por debajo de su pico previo en el cuarto trimestre de 2019. Con excepción de la caída del 4% desde el pico hasta el punto más bajo durante la crisis financiera global de 2008-09, la brecha actual del 3,5% es tan grande como la registrada en las profundidades de cada recesión posterior a la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos.

Por ende, es absurdo hablar de una economía estadounidense que ya esté en recuperación. La reversión del segundo trimestre no fue otra cosa que el proverbial rebote del gato muerto –un rebote mecánico post-cuarentena después de la caída más profunda de la que haya registro-. Esto es muy diferente que la recuperación orgánica y acumulativa de una economía verdaderamente en recuperación. Estados Unidos sigue en un pozo profundo.

Basta con preguntarles a los consumidores norteamericanos que, al 68% del PIB, han representado desde hace mucho el porcentaje dominante de demanda agregada de Estados Unidos. Después de hundirse un 18% sin precedentes entre enero y abril, el gasto total de los consumidores desde entonces ha recuperado aproximadamente el 85% de esa pérdida (en términos reales). Pero el diablo está en los detalles.

El rebote ha estado concentrado en el consumo de bienes –durables y costosos como autos, muebles y electrodomésticos, además de no durables y blandos como comida, ropa, combustible y productos farmacéuticos que representaron con creces lo que se perdió durante la caída inducida por la cuarentena-. En septiembre, el consumo de bienes en términos reales fue del 7,6% por encima del pico pre-pandemia de enero de 2020. La recuperación se benefició significativamente a partir de un alza de las compras online por parte de consumidores que se quedaron en sus casas, como el comercio electrónico que pasó del 11,3% de las ventas minoristas totales en el cuarto trimestre de 2019 al 16,1% en el segundo trimestre de 2020.

Pero el consumo de servicios, que representa más del 61% del gasto total de los consumidores en Estados Unidos, es una cuestión completamente diferente. Los servicios representaron el 72% del colapso del gasto total de los consumidores entre enero y abril. Si bien los servicios desde entonces se han recuperado parcialmente, en septiembre habían recuperado apenas el 64% de las pérdidas inducidas por la cuarentena durante el año.

Frente a los estragos que sigue causando el COVID-19, los consumidores norteamericanos vulnerables siguen mostrándose reacios, y con razón, a volver a interactuar en actividades de servicios cara a cara como los restaurantes, las compras minoristas presenciales, el turismo, las permanencias en hoteles y las actividades de ocio y recreación. Estos servicios en conjunto representan casi el 20% de los gastos totales en servicios de los hogares.

El miedo entendible de las interacciones personales en medio de una pandemia nos lleva al segundo ingrediente de la caída doble: las réplicas. Con el incremento exponencial actual de los casos de COVID-19, volvieron los confinamientos –no tan severos como en marzo y abril, pero todavía destinados a una reducción parcial de la actividad entre personas de cara a la importantísima temporada de las fiestas-. Precisamente cuando el calendario económico normalmente espera un enorme incremento de la actividad, las chances de una importante desilusión ajustada por factores estacionales están en aumento.

Esto plantea serios riesgos para el mercado laboral todavía golpeado de Estados Unidos. Es cierto, la tasa de desempleo general ha caído marcadamente del 14,7% en abril al 6,9% en octubre, pero sigue siendo básicamente el doble del mínimo anterior al COVID (3,5%). Con un incipiente aumento de las solicitudes semanales del seguro de desempleo a comienzos de noviembre en tanto se implementan nuevos toques de queda y otras medidas de confinamiento, y un Congreso norteamericano disfuncional que no logra acordar sobre otro paquete de alivio, el riesgo de una renovada debilidad en el empleo general está creciendo.

Las noticias sobre las vacunas son verdaderamente extraordinarias. Si bien la logística de la producción y distribución es, cuando menos, abrumadora, hay buenas razones para esperar que el fin de la pandemia del COVID-19 ahora pueda estar a la vista. Pero el impacto en la economía no será instantáneo, ya que es poco probable que la vacunación genere la llamada inmunidad de rebaño antes de mediados de 2021 como muy temprano.

Ahora bien, ¿qué sucede entre ahora y entonces? Para una economía norteamericana todavía vulnerable y a merced de réplicas predecibles, el argumento para una recaída, o una caída doble, antes de mediados de 2021 resulta más acuciante.

Para parafrasear a Charles Dickens, éste es el mejor de los tiempos y el peor de los tiempos. Mientras los mercados financieros celebran el inminente auge gracias a la vacuna, la confluencia de réplicas epidemiológicas y políticas nos ha retrotraído a un atolladero de vulnerabilidad económica más acentuada. En términos dickensianos, para alcanzar una “primavera de esperanza”, primero debemos soportar un “invierno de desesperación”.


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